La Opinión de Zamora

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david refoyo

La verdad

Gracias al talento de dramaturgos como Chema Esbec seguimos sorprendiéndonos

Caretas

Una bañera llena de tierra es un campo de batalla. Y una cama de hospital. Y un féretro o una almena. Esto es verdad. Una hilera de leds es una muralla o Toledo o una vivienda en Diego de Losada. Esto también es verdad. Es estar dentro o estar fuera, es ser quienes somos o rebelarnos contra nuestros antepasados. Esto es mentira. Elementos cotidianos y polisémicos que sirven para sembrar dudas, para hacernos preguntas, para enfrentarnos a la historia (en minúscula), ese territorio fangoso por el que transitan la memoria y la leyenda. Y la Historia (en mayúscula). Esto es verdad (y mentira, claro).

Hay que ser muy valiente para representar así el Cerco de Zamora en esta ciudad: sin espadas, sin armaduras, sin citar a Arias Gonzalo o a sus hijos, despojando de épica un relato en el que llevamos creyendo toda la vida. Hay que tener mucho talento para contar la misma historia mil veces contada y que parezca nueva. Hay que conocer muy bien los lenguajes del teatro y del arte para hacernos dudar de lo que pensábamos inamovible. Y ofrecer al público un suelo movedizo, incómodo, incierto. Esto es verdad.

No hay nada más humano que la sorpresa. Nada más real que el propio teatro que, como todos sabemos, es la mayor de las mentiras

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Chema Esbec ha dinamitado nuestra fe con «La verdad». A través de una red de héroes profanos intercalados con Urraca, Sancho o Alfonso, construye un artefacto teatral complejo y muy efectivo donde ningún personaje es quien parece ser y donde la genealogía familiar se impone al relato apacible en el que vivíamos instalados. Los lazos de un padre y su hija son los mismos hoy y hace mil años; los sentimientos mutan en la forma, en su expresión, en el castellano utilizado, pero no en hondura. Esto es mentira o no, quién sabe.

Interpretada por Zaida Alonso, Fernando Mercè y Daniel Orgaz nos preguntamos constantemente por la realidad y la ficción. Dónde termina la persona y dónde comienza el teatro. Dónde es Zaida quien nos interpela y dónde Urraca. Dónde lo hace parapetada tras el guion y dónde nos habla de tú a tú derribando esa cuarta pared que ya derribó André Antoine hace un siglo y que nos sigue pareciendo vanguardista. Que estemos acostumbrados a un teatro lineal y fácil nos pone nerviosos ante este tipo de montajes. Esto también es verdad, aunque duela.

«La verdad» está levantada sobre «Las mocedades del Cid», de Guillén Castro, y otros textos del ciclo cidiano, lo que demuestra la capacidad de Esbec para transitar caminos que se salen de la norma (¿A qué otra cosa puede aspirar el arte que pretende serlo?). Mirar un hecho desde otro prisma para lanzar preguntas. Evitar las respuestas y que sea el público quien trace la línea entre la verdad y la mentira, entre la realidad y la ficción porque quienes allí estuvimos también formamos parte de la obra. Y de la historia. ¿Y de la Historia?

Más allá de su faceta como dramaturgo, Esbec dirige el Teatro Principal de Zamora con una propuesta innovadora y versátil. Transformar el espacio reuniendo al público sobre el escenario, construyendo un teatro en miniatura dentro del teatro. Un nuevo espacio para un nuevo tiempo. Olvidar las butacas de terciopelo rojo para interiorizar la experiencia. Colocar una bañera llena de tierra en el centro y que los claveles rojos que sobresalen cambien nuestro concepto de bañera, que nunca entremos al baño de nuestra casa de la misma forma. Que esas flores de plástico se queden en la memoria del público para siempre.

Pienso en el encargo: hacer una obra sobre el Cerco para conmemorar los novecientos cincuenta años de la efeméride. Esto es mentira. Aceptar la propuesta y construir un relato en torno a tres jóvenes que bien podrían ser Sancho, Urraca o Alfonso o cualquiera de nosotros. Y Fernando I, el padre, que decide morirse en San Isidoro o en el Virgen de la Concha (como si importara más que morirse). Y que el Cid diga y lo haga sin espada. Y que Bellido mate sin venablo. Y que la honra zamorana se limpie sin reto, sin caballos en estampida. Y darle al público aquello que no espera. Que lo reciba y acepte la mentira. Y aplauda. Y sepa construir lo que falta con lo que le contaron de niño. Y saber que la historia mil veces contada no es la misma esta vez, que es distinta porque es de hoy. Dicen que nadie es profeta en su tierra, pero «La verdad» tiene recorrido para serlo en cualquier sitio, llevándose una parte de cada uno de nosotros. Exportándonos.

En un mundo cada vez más veloz e individualista el teatro se erige como uno de los pocos ritos comunitarios que nos quedan. Uno en el que somos parte de algo que nos trasciende y, a la vez, nos hace pequeños, insignificantes. Por eso no muere. Porque se renueva y se amolda a la realidad (¿Esto es verdad?). Porque gracias al talento de dramaturgos como Esbec seguimos sorprendiéndonos. No hay nada más humano que la sorpresa. Nada más real que el propio teatro que, como todos sabemos, es la mayor de las mentiras.

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