La Opinión de Zamora

La Opinión de Zamora

DALMIRO GAVILAN SANTOS

In memoriam de Carlos San Gregorio

Donde no veas color, negro sin temor

Carlos San Gregorio junto a su obra en una de las últimas exposiciones que realizó en Zamora. | M.J.C. T. S.

Querido Carlos:

Aún resuenan en mis oídos tus palabras, durante aquella primera tarde que me recibiste en tu estudio: “La vida pasa en un momento y que queden cuatro trazos para que digan quién sería este bobo…”. Cada frase la acababas siempre igual, con una risotada franca y sincera.

Después de aquella tarde compartimos otras muchas, pero muchas… Lo tuyo no era un estudio. Era un museo donde se reunían, más que alumnos, amigos a aprender a pintar. Pero también era un estudio-degustación.

Recuerdo que en la terraza de la cocina nunca faltaba un generoso trozo de tocino que pacientemente freías en un infiernillo. ¡Qué bien te salían los torreznos! Y conociéndote, había que acompañarlos con un generoso trago de vino.

Pero tu estudio, un cuarto piso y sin ascensor al principio de Cardenal Cisneros, era una inmensa caja donde el hombre-niño que jugaba con los colores iba almacenando cientos, tal vez miles, de óleos. Un día, cuando la casa quedó en silencio, los dos recorrimos las habitaciones, sin muebles, donde solo había cuadros y cuadros. Para entrar, apartaste a patadas algunos de ellos. Me dio pena. Reparé en uno que había bajo la ventaja. Te voy a ser sincero. Me pareció una mancha sin gusto alguno. Cuando salimos, volví la vista al lienzo y a cuatro o cinco metros de distancia aparecieron, para mi asombro, unos magníficos cardos pintados con trazo grueso y con abundante pintura. Me prendé de ellos.

Le plantaste cara a una importante galerista porque siempre “he pintado y pinto como quiero y como me da la gana” no como dijera ella. Incluso te negaste a venderle un cuadro a un comprador que decía que no lo entendía

decoration

He sido testigo de tus clases. Aún te veo con tu blusa azul, más de tratante de ganado que de pintor. He ido de oyente a tus clases donde entré como inútil total y acabé siendo un inútil parcial. He visto cuadros anodinos de tus alumnos. Te pedían ayuda para continuar y tú, con tan solo dos pinceladas, lograbas darles una profundidad increíble.

Has apurado la vida degustándola y exprimiéndola hasta la última gota. Y siempre, siempre, has hecho lo que te ha dado la real gana, sin importarte nada.

Le plantaste cara a una importante galerista porque siempre “he pintado y pinto como quiero y como me da la gana” no como dijera ella. Incluso te negaste a venderle un cuadro a un comprador que decía que no lo entendía. Has sido, como has reconocido en más de una ocasión, un privilegiado de la pintura. Tal vez por eso creaste, como un buen modisto, cuadros, a tu medida. Tu propio estilo. Inconfundible. Imposible de copiar o de imitar.

Tu personalidad arrolladora, tu buen humor y tu tono jocoso siempre estaba acompañado de una sonrisa de niño bueno al que no se le puede regañar por haber roto un vaso. A tu lado las penas siempre fueron menos porque siempre había vino y fiesta.

En cierta ocasión, entre broma y broma, entre carcajada y carcajada, me espetaste: “Cuando no veas color, negro sin temor”. En esta ocasión te has pasado con el oscuro, pues nos has dejado huérfanos.

Hace unos días pude tomar el último vino contigo. El semidulce blanco al que te habías pasado, apenas lo cataste. La poca conversación te la tuve que arrancar con pregunta tras pregunta. No eras tú ni tu sombra. Tal vez ya te encontrabas en otra dimensión jugando e imaginando colores eternos y sonrisas perpetuas en tu rostro.

Son muchos los recuerdos que nos has dejado. Muchas tardes de risas, muchas lecciones de pintura y una felicidad que regalabas a raudales.

Buen viaje, amigo.

Compartir el artículo

stats