La Opinión de Zamora

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Luis Miguel de Dios

Buena jera

Luis Miguel de Dios

Agosto a gusto

El mes-espejismo se despide con su habitual dosis de nostalgia, tristeza y pesadumbre

Varios grupos de personas caminan por Puebla de Sanabria. | A. S.

Una vez que pasan la Virgen y San Roque, agosto se va cuesta abajo y sin freno. He oído, y sigo oyendo año tras año, esta frase, pronunciada con un deje de resignación y pena, entre los que acaban sus vacaciones y tienen que regresar a su trabajo y a su domicilio cotidiano. Atrás quedarán sus respectivos pueblos, el reencuentro con familiares y amigos, las fiestas hasta que el cuerpo aguante y las charlas sin reloj en las que suelen abundar los recuerdos de infancia, las anécdotas, las trastadas, las correrías y ese poso agridulce que suele acompañar a quien regresa por un tiempo corto a su paraíso perdido, tan lejano ya, pero, a la vez, tan presente cuando se topa con aquel paisaje añorado, con las mismas calles donde jugó, con los conocidos, con los primos, con los hermanos…Y por delante, presiente una vida, quizás cómoda, quizás de zozobra, pero casi siempre rutinaria e insatisfactoria que acepta sin cabreo mas sin entusiasmo. Es lo que hay. Y mira al coche, el coche del que acostumbra a presumir, como diciéndole “nos tenemos que ir; otra vez los atascos, las horas muertas al volante, los madrugones diarios”. Y sí, claro, está resignado, pero le gustaría otra cosa. Otra cosa que ahora ya es imposible. Y que, en el futuro, también lo será. En eso también parece resignado, convencido de que no hay otra salida.

Agosto tiene todos estos perfiles, que, con ligeras variaciones, se repiten anualmente. Además, la pandemia ha trazado una cruel línea divisoria. En este 2022 vas a fiestas, sobre todo a encierros camperos, donde solías ir y echas en falta bastante gente. Unos han fallecido; otros ya no pueden acudir por razones de enfermedad. Ya no es lo mismo. Y notas en carne propia esas variaciones, negativas, de agosto. Entiendes perfectamente que ese mes-espejismo tiene trazos oscuros, los que te negabas a aceptar cuando solo pintaban oros, cuando agosto era el tiempo de la felicidad, de los sueños, de la despreocupación absoluta…salvo para los que tienen que trabajar mientras tú únicamente piensas en el descanso, en el ocio y en preguntar dónde hay fiesta, quien actúa en tal sitio o de quien son los toros de ese encierro al que quieres ir.

Agosto da para mucho. Aparte de mes-espejismo es un mes-oasis. Es un islote en el desierto demográfico que nos rodea el resto del año. Da gusto pasear por los pueblos, ver que las calles están llenas de críos que corren y juegan despreocupados, que no pisan por casa y que solo buscan a sus padres y abuelos para que les compren alguna chuchería o para que les den la propina. Para lo demás no les hacen falta, como nos sucedía a nosotros tiempo ha, claro que entonces estaban las familias como para chucherías, helados, coca-colas sin, acuarius y demás modernidades. Ni los dueños de los bares sabían lo que eran. Y las bicis, ¡uf, las bicis! Antes, en los pueblos, se contaban con los dedos de una mano y sobraban dedos; ahora, cada chico tiene un par de ellas. En lo que no cambia mucho el asunto es que, cada poco, andan los padres arreglando pinchazos y quitando ruedas.

He escrito abuelos y creo que coincidimos todos en que agosto es también el mes de los abuelos. Algún experto tendría que hacer un estudio sociológico sobre abuelos-nietos en el mes de vacaciones, especialmente en torno a su influencia y relaciones cuando los padres están trabajando en la ciudad y únicamente vienen los fines de semana. Los chavales acostumbran a desmelenarse aun más y los yayos no dan abasto. A los problemas inherentes al control de la chiquillería desmadrada se unen dificultades propias de estas épocas. Empezando por el lenguaje, por los nombres. Hay que oír al pobre señor Irfísulo o a la pobre Ansovina llamar a Garakoitz, a Kewin, a Naiara o a Oleguer. Y reñirles porque no dejan en paz el móvil y la tablet.

-¡Hombre, por Dios, a todos los sitios cargados con ellos y sin dejar de darle al dedito; hasta les mandan mensajes a los amigos cuando están sentados a un metro; como si no supieran hablar!

Así que propongo que agosto se declare también mes de los abuelos, especialmente de los abuelos rurales, a los que, además, les cae la bono-loto cuando llega septiembre. Están tan a gusto en el pueblo saboreando el tiempo más apacible y con él las uvas, las almendras, los higos y, zas, se abren los colegios y tienen que volver a la ciudad para recoger a los nietos y hacerse cargo de ellos hasta que los padres salgan del currelo.

-Es que trabajan los dos y, claro, las criaturas son tan pequeñas.

Agosto a gusto. Se nos acaba esta frase. La esperanza es que se repita, que, al menos ese mes, seamos lo que fuimos y podamos aspirar a más. ¡Ay si fuera agosto todo el año! Bueno, algunos se irían a Benidorm. Habrá que traerles el mar aquí.

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