La Opinión de Zamora

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Luis Miguel de Dios

Buena jera

Luis Miguel de Dios

En los pueblos no hay escaparates

La polémica sobre el ahorro energético demuestra otra vez que todo es electoralismo

Rabanales LOZ

Cuentan que un anciano de los que, como tantos, las había pasado canutas en su vida, estando en su lecho de muerte, preguntó en alto:

-¿Estáis todos aquí, en la habitación?

-Sí, padre, todos estamos aquí contigo, respondió uno de sus hijos.

-Pero, ¿todos, todos?, volvió a preguntar el moribundo.

-Sí, padre, todos, los de Madrid, el de Barcelona, el de San Sebastián, los que viven en la capital, todos.

El anciano, enfadado, reunió fuerzas para decir:

-Pues si estáis aquí todos, ¡¿qué coños hace encendida la luz de la cocina?!

Me he acordado de este chiste-anécdota al observar la interminable, y a ratos absurda, polémica en torno al decreto sobre ahorro energético lanzado por el Gobierno casi de la noche a la mañana. Aun estaba calentito, recién salido del horno, cuando ya Agustina de Aragón Díaz Ayuso empuñaba el cañón de tuiter (quien no use tuiter es solo un atrasado bulto sospechoso) para descalificarlo y asegurar que Madrid no lo cumpliría porque Madrid sin escaparates iluminados a tope no sería Madrid, sino uno de esos pueblos donde no hay quien viva sin cervecitas a cualquier hora. Y se lió, que, en realidad, era lo que doña Isabel buscaba. Salieron en tromba ministros y altos cargos del Ejecutivo central; les replicaron gerifaltes y barones autonómicos del PP; metieron todos a Europa por medio; se enzarzaron con argumentos cada vez más rocambolescos y perogrullescos y hasta se celebró una tele-reunión multitudinaria en la que, como se esperaba, no hubo ni acuerdos ni acercamientos ni nada parecido. Dos monólogos enfrentados, por no decir otra cosa más gruesa.

En los pueblos, hemos seguido la historia con una mezcla de extrañeza, resignación, desconcierto y morbo.

-Ya están pegándose otra vez los de la ciudad, parece que no saben hacer otra cosa, dice el tío Agudezas.

-Pero, ¿qué quieren ahora?, inquiere el señor Aproniano, que no oculta su extrañeza.

-Parece ser que todos desean ahorrar energía, pero no se ponen de acuerdo en cómo hacerlo, explica don Pumaceno esgrimiendo un periódico de los gratuitos.

-¿Y a nosotros nos va a afectar mucho?, pregunta el tío Calambres.

-Que quiere que le diga; de nosotros no se acuerda nadie, así que cuando empiezan a discutir que si los escaparates, que si las joyerías, que si los restaurantes caros, apago la tele y me voy a la cama. Y sin aire acondicionado, que aquí, en el pueblo y alrededores, creo que no lo tiene nadie, tercia el señor Idulfo, tan escéptico como cabreado y dando la batalla por perdida.

El tema nos pilla un poco a trasmano porque lo de los escaparates, las farolas de las grandes avenidas, el aire en los restaurantes y demás es como de otra galaxia

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Efectivamente, la polémica nos pilla un poco a trasmano porque lo de los escaparates, las farolas de las grandes avenidas, el aire en los restaurantes y demás es como de otra galaxia. En estos apartados, la vida en el mundo rural va a una marcha más lenta, más reposada, con otras necesidades. Por ejemplo, estamos muy preocupados por la agricultura y la ganadería, pero de esto no se está hablando en la bronca del ahorro energético. Todos repiten, con el pecho henchido y la cara de quien ha descubierto el Mediterráneo, que “si el campo no produce, la ciudad no come”. Y se quedan tan oreados. Sin embargo, no suelen aplicarlo cuando se trata de buscar soluciones. Entonces, mandan al sector agrario a la cola de las prioridades.

-Es que aquí somos pocos y viejos; apenas hay votos que rascar, afirma el tío Agudezas.

Quizás ahí, en los votos, esté una de las claves de la polémica sobre el ahorro energético. El PP ha olido sangre y se ha lanzado a la yugular. A nadie le gusta que le prohíban, que le obliguen a bajar aire acondicionado y calefacción, así que a sacar tajada aprovechando el error del Gobierno, que debería haber tenido menos prisas y más capacidad de diálogo. Hubiera dado igual porque el PP se habría opuesto hiciera lo que hiciera Pedro Sánchez, pero, al menos, no le habría dado esa baza a los de Feijoó. Y aprovechando también la ingenuidad de un Gobierno que creyó que la necesidad de ahorro era tan obvia, y Europa obligaba, que el PP la aceptaría sin rechistar y sin montar bochinche. Pero Ayuso es mucho Ayuso y de Feijoó, como en el chiste del gallego, aun no sabemos si sube o baja la escalera.

De modo que, como quiero entrar en la polémica, voy a llenar mi pueblo de escaparates. Así tendremos diversión para rato. Hagan ustedes lo mismo.

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