La Opinión de Zamora

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Manuel Antón.

Sobre la hostelería y la cultura del esfuerzo

Aunque muchos españoles están intentando disfrutar de sus vacaciones como tenían por costumbre hacerlo años atrás, lo cierto es que están gastando mucho menos

Un camarero sirve a dos clientes en una terraza. EFE

Últimamente, según he leído y escuchado en numerosos medios de comunicación, en muchos establecimientos de hostelería, de los miles que hay repartidos por toda la geografía nacional, y no digamos la costera, hay colgados anuncios en los que se puede leer: “se necesitan camareros y ayudantes de cocina”. Los hosteleros que se han cansado de buscar personal, hartos de la situación, han decidido reducir los espacios, la jornada, o descansar más días de los que era habitual trabajar en esta época del año, para intentar cuadrar sus cuentas porque, aunque muchos españoles están intentando disfrutar de sus vacaciones como tenían por costumbre hacerlo años atrás, lo cierto es que están gastando mucho menos porque “las cosas no están como para tirar cohetes”.

Concretamente en Benidorm, desde el comienzo de la temporada estival, según se ha publicado, la Asociación de Bares, Restaurantes y Cafeterías (ABRECA) viene advirtiendo que: “menos subvencionar a la gente para que se quede en casa sin hacer nada y más fomentar la cultura del esfuerzo”. Al tiempo, los dirigentes de dicha asociación han tachado de demagógicas y electoralistas las palabras de la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, que tiempo atrás apuntó: “la falta de personal se acabaría pagándoles más”...

La mejora de la productividad en las empresas debe traducirse en aumento del nivel de vida de sus empleados, hasta el punto de llegar a ligar parte de sus emolumentos a las variables que se puedan dar en función de los beneficios

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El problema no solo lo tiene la hostelería; lo tienen muchos sectores de la economía, y no desde que empezara la guerra de Ucrania, sino desde mucho antes, porque tanto para levantar un país, como para sacar adelante una empresa, hay que lamentarse menos y trabajar más, y, sobre todo, con la firme convicción de que quien más y mejor trabaja mayor recompensa merece.

La mejora de la productividad en las empresas debe traducirse en aumento del nivel de vida de sus empleados, hasta el punto de llegar a ligar parte de sus emolumentos a las variables que se puedan dar en función de los beneficios; beneficios que, en buena lid, al menos en un porcentaje significativo, deberían ir al bolsillo de los trabajadores, como incentivo, como recompensa por su rendimiento, o, simplemente, en reconocimiento a su fidelidad y dedicación. No conozco mejor manera de motivar al trabajador que reconociéndoselo en el sueldo, lo que algunos empresarios ya hacen, dándoles participación en la empresa, de tal forma que si se gana, ganan todos, y si se pierde, lo mismo. Afortunadamente, muchas de las mejores empresas del país hace años que funcionan así, y les va de maravilla.

La cultura del esfuerzo en el trabajo, en los estudios y, en general, en toda actividad debe ser la norma y, en consecuencia, la que habría que propugnar si es que, de verdad, queremos progresar.

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