La Opinión de Zamora

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Ángel Macias

El espejo de tinta

Ángel Macías

Meta (infeliz) verso

Ya estamos inmersos en una telaraña de redes sociales que nos atrapa y mantiene en un entorno tóxico

Los grandes artífices de esa nueva ventana al mundo, religión, droga o esclavitud que son las redes sociales, trabajan para llevarnos un paso más allá. Que como Alicia atravesando el espejo, entremos en ese universo virtual con apariencia realista, bautizado “Metaverso” y que se describe como “entorno en el que los humanos interactúan e intercambian experiencias virtuales mediante el uso de avatares” (simulaciones figuradas del humano real), “en un ciberespacio que actúa como metáfora del mundo real pero sin tener necesariamente sus limitaciones”. Suena a ciencia ficción o a juego de ordenador pero va mucho más allá. El avatar deja de ser representación para convertirse en realidad paralela si no en la realidad principal.

Estamos, sí, unos pasos más cerca de la servidumbre y unos cuantos más lejos de la privacidad y la soberanía del libre albedrío

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¿Exagerado? No tanto. No olvidemos que para quienes viven de crear técnicas de control social es mucho más cómodo y económico recabar todos los datos sobre nuestra forma de ser y nuestros comportamientos a través de una puerta informática en la que nos volcamos y entregamos nuestra intimidad que consiguiéndolos de nuestra actividad en el mundo real. Estamos, sí, unos pasos más cerca de la servidumbre y unos cuantos más lejos de la privacidad y la soberanía del libre albedrío.

Antes de que eso llegue ya estamos inmersos en una telaraña de redes sociales que nos atrapa y mantiene en un entorno tóxico. Diseñadas para ser adictivas. Se ha comprobado que con cada respuesta positiva tras publicar un selfie o una entrada, se activa la parte del cerebro que busca el placer, segregando una dosis extra de dopamina. ¡Euforia! De ahí esa sensación que nos conduce a la búsqueda de una atención constante hacia nosotros o nuestras vidas por parte de gente a la que apenas conocemos ni nos conocen. Además los algoritmos que las rigen no se conforman con captar nuestra información más personal y reservada sino que basándose en ella anticipan qué es lo que se supone que nos gustaría y nos llevan, guiados por el casi invisible hilo de Ariadna, no hacia la salida, sino hacia lo más profundo del laberinto.

Alertan expertos y terapeutas de los riesgos que conlleva esta sobreexposición a las redes. No solo porque permiten, como vemos con inusitada frecuencia en adolescentes y jóvenes, el acoso y las nuevas formas de control y dependencia en relaciones que se vuelven enfermizas. También porque las redes proyectan vidas perfectas en unos perfiles tan parciales de escenas seleccionadas de las vidas de sus usuarios, que propagan una positividad tóxica provocando en el resto de usuarios la sensación de que tienen que estar felices y ser exitosos todo el tiempo, ignorando que la vida es dual y que entre el negro y el blanco es infinita la escala de los grises. Un estudio de la Universidad de Standford concluyó que, después de navegar por Facebook, los estudiantes participantes quedaron convencidos de que “todo el mundo (menos ellos, claro) disfrutaba de una vida perfecta”.

Como escribió Montesquieu, si solo quisiéramos ser felices, sería fácil; pero queremos ser más felices que los demás y esto es difícil, ya que casi siempre los creemos más felices de lo que son”. Es la naturaleza humana y la aprovechan.

www.elespejodetinta.com

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