La Opinión de Zamora

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Agustín Ferrero

No está mal hablar un poco de las manías

Poca gente puede presumir de no tener ninguna

Manías

A cada uno de nosotros nos puede parecer que tenemos pocas manías. Pero si las repasásemos, quizás nos llevaríamos algunas sorpresas.

“Vaya manía que tienes con estrujar el tubo de la pasta dentífrica” - justo al lado de la boca por la que sale el producto, y dejando la mayor parte aislada, en el lado contrario – “Luego, cuando la voy a usar yo, me toca arrastrarla, desde la cola a la cabeza, si es que quiero lavarme los dientes”. Conversaciones tal como ésta no son extrañas en el seno de muchas familias. Bien sea entre marido y mujer, entre hermanos, o de padres a hijos. Y es que a nadie le gusta rehacer lo que otro ha desbaratado porque sí; simplemente porque tiene esa manía. Bien podría prescindir de ella - pensaría el resto de la familia - aunque solo fuera por no hacer perder el tiempo a los demás.

Poca gente puede presumir de no tener alguna manía. Entendiendo por manía, aquello que repetimos hasta la saciedad de manera reiterada, y que suele resultar extraño a los demás.

Colocar el rollo de papel higiénico de manera que vaya saliendo por la parte de atrás, cuando quienes lo comparten, prefieren que sea por la de delante, es otra de las manías de las que pocos pueden librarse. Como de la de ducharse primero y luego lavarse la cabeza, siempre siguiendo ese preciso orden, sin dar opción a lo contrario.

Las manías, a veces, se transforman en obsesiones. Es entonces cuando debemos empezar a preocuparnos

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Las manías, a veces, se transforman en obsesiones. Es entonces cuando debemos empezar a preocuparnos. Una de ellas es la de asegurarnos que hemos cerrado con llave la puerta de nuestra vivienda. Manía ésta que nos hace volver sobre nuestros pasos, y regresar a casa para comprobarlo, importándonos un comino deshacer lo andado. Algo parecido nos sucede respecto al coche, especialmente cuando lo hemos aparcado en la calle.

Hacerle un nudo a la servilleta para diferenciarla de la de los demás, de poco sirve, sobre todo si otro comensal decide hacer lo mismo. Pero lo hacemos con toda naturalidad, como lo de dormir con un brazo colgando por fuera de la cama, y tocando el suelo si es menester.

Limpiar el borde del vaso que nos ponen en los restaurantes, utilizando una servilleta de papel, en un momento en el que no nos ve el camarero, antes de que llegue a llenarlo, no es demasiado infrecuente. Como tampoco lo es tener a mano una rebequita o un fino jersey, incluso en pleno mes de julio, por si acaso llega a refrescar por la noche.

Pero manías, lo que se dice manías, eran las de Jack Nicholson en la película “Mejor imposible”, en la que no solo sorteaba las líneas de las baldosas para no pisarlas, sino que, aun a su pesar, le resultaba imposible ser amable con la gente que le rodeaba, incluida Helen Hunt, la chica de la que estaba enamorado como un becerro. Por cierto, esa película obtuvo numerosos premios, incluido el Oscar al mejor actor y a la mejor actriz en 1997.

Aparcar el coche en la calle, dejándolo más cerca del que tenemos delante que del que tenemos detrás, no parece demasiado trascendente, como tampoco la de cerrar la puerta de casa, empezando por la cerradura y dejando el cerrojo para el final.

Y lo de colocarse, en invierno, la camiseta por dentro o por fuera del calzoncillo, según los casos, llega a ser un ritual convertido en hábito. La manía de obsesionarnos con las simetrías ya puede empezar a preocuparnos un poco. Algunos de los que entienden de esto afirman que puede ser la antesala de adquirir una personalidad obsesiva, una preocupación excesiva por el orden, la organización y los horarios. También hay quien llega a afirmar que determinadas manías, a veces llegan a provocar hipersexualidad, incluso con algunos riesgos.

Llenarse la piel de tatuajes y emplear un montón de horas con los videojuegos son algunas de las manías que más han proliferado estos últimos años.

Ocurre que determinadas manías obedecen a obsesiones irracionales que no podemos evitar, como lo de considerar que no podemos comer sin pan, cosa totalmente falsa. De hecho, los japoneses no lo comen y no solo no les ha pasado nada hasta ahora, sino que cuentan con la población más longeva del planeta.

Otra manía, digna de ser reseñada, es la de ir haciendo cuentas, mentalmente, con los números de las matrículas de los coches que tenemos delante de nuestras narices, especialmente cuando nos encontramos atrapados en algún atasco.

Cambiar el estilo de vida y crear hábitos saludables, especialmente centrados en la alimentación y el ejercicio físico, son consejos que aparecen en los libros de autoayuda para impedir que nos lleguen a agobiar las manías. Quizás sea una pauta a seguir.

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