La Opinión de Zamora

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Carmen Ferreras

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Homenajes

A veces los carga el mismísimo diablo, como si de un arma de fuego se tratara

Hay que tener mucho cuidado con los homenajes. A veces los carga el mismísimo diablo, como si de un arma de fuego se tratara. Empiezo por decir que el homenaje, palabra proveniente del provenzal “homenatge”, en el contexto del feudalismo era el primer paso de la ceremonia de homenaje e investidura por la que se establecía un vasallaje. Tengo la sensación que hay mucho de esto en ciertos homenajes de los que se blasona con un fervor sospechoso y de los que nadie sabe a santo o a cuento de qué se celebran, teniendo en cuenta que ese reconocimiento debe estar ligado al lugar y al ámbito específico del que parte el honor, el agasajo o llámelo usted como quiera. Fuera del contexto histórico en la actualidad se utiliza el término para denominar la celebración en la que se “homenajea” o “rinde homenaje” a una persona o institución con motivo de alguna ocasión especial. Queda también suficientemente claro.

Estamos tan narcotizados, tan ausentes de la realidad y tan pasotas que dejamos pasar situaciones que requieren preguntas inteligentes y respuestas claras y contundentes

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Los homenajes deben estar bien argumentados y no hacerse a capricho o buscando intereses espurios, con todo lo que la palabra espurio significa: falso, fingido, mal hecho, ilegítimo, bastardo y engañoso, entre otras muchas acepciones de índole parecida. Estamos tan narcotizados, tan ausentes de la realidad y tan pasotas que dejamos pasar situaciones que requieren preguntas inteligentes y respuestas claras y contundentes, pero que no se producen por desidia, por hartazgo o por vaya usted a saber qué razón.

Comulgo al cien por cien con una inspiradísima frase de la escritora y letrada española, Concepción Arenal, en la que reconoce que: “El mejor homenaje que puede tributarse a las personas, cabe suponer que buenas, es imitarlas”. Porque, claro, hay homenajes y homenajes, algunos no se sostienen, son de una estupidez supina. Servidora como el ensayista y psicólogo, Robert Anton Wilson, “estoy totalmente a favor de abolir la estupidez humana”, bien es verdad que el estadounidense concluye diciendo “pero antes de que se vaya, mientras todavía hay mucha, deberíamos rendirle homenaje”. La estupidez humana no tiene límites.

Homenaje L.O.Z.

Y abundando en esto de los homenajes a los que tan dados son los estúpidos, los políticos que siempre homenajean al poder y los populistas que homenajean a las falacias y sofismas en lugar de servir al pueblo, voy a dejar prendidas en los últimos renglones unas puntualizaciones de un personaje con el que no comulgo ni comulgaré nunca, ambos somos antagónicos. Me refiero a Stalin. “Hay que homenajear a las gentes humildes, a los pequeños tornillos, a las pequeñas tuercas, sin las cuales la gigantesca máquina, a pesar de todos los mariscales, de los generales y de los jefes de la industria, no hubiera funcionado”. Pues eso.

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