La vida cotidiana está repleta de conflictos de todo tipo. Desde lo que se originan en las altas esferas hasta los que suceden en los ámbitos más prosaicos, pasando por los que acontecen en los escenarios más crueles, como las guerras o las violencias que conllevan pérdidas humanas. En muchas ocasiones (yo mismo lo he constatado en conversaciones, clases, charlas, talleres, etc.) solemos pensar que los conflictos se refieren únicamente a las guerras, los combates o las disputas más encarnizadas entre países, grupos o personas. Y no: los conflictos son también oposiciones o desacuerdos de baja intensidad entre esos mismos actores sociales, sin que tenga que llegarse a las manos o a otras formas violentas para dirimir los asuntos que han conducido a las discusiones. También hay un tópico que circula por ahí, que dice, más o menos, que en las sociedades tradicionales o en las comunidades más pequeñas, como los pueblos y núcleos rurales, los conflictos son menores, tanto en cantidad como en intensidad. Y tampoco es cierto.

Por ejemplo, desde que yo tengo uso de razón, recuerdo que en mi pueblo eran habituales las disputas entre vecinos e incluso entre familiares por las cuestiones más variopintas: linderas de las fincas, herencias, dimes y diretes, sambenitos, etiquetas, chulerías, noviazgos, etc. Y recuerdo también que, en algunos casos, quienes sufrían los ataques o los oprobios, muchas veces injustificados, se encontraban casi indefensos y, lo que era peor, desprotegidos ante la comunidad y las redes sociales que tanto han ayudado y siguen ayudando a sobrellevar la vida cotidiana. Por eso, siempre he mantenido en mis clases que los conflictos sociales se viven con mucha más intensidad en aquellas localidades y ámbitos más pequeños, porque ahí la cercanía y la intensidad de las relaciones sociales crean vínculos importantes que cuando se rompen, por disputas y conflictos de cualquier tipo, dejan huellas muy difíciles de soldar. Es lo que sucede en las familias, que las crisis, si no se solucionan a tiempo, provocan heridas para siempre.

¿Y todo esto a cuento de qué? Porque esta semana he presenciado varios ejemplos de conflictos rurales que merecen reflexiones mucho más profundas que las que aquí me limito a mencionar. Uno de los casos está relacionado con lo sucedido en Coreses, en donde el mayo, levantado con toda la ilusión del mundo por los quintos, ha sido cortado con una motosierra. Las reacciones en las redes sociales y en las conversaciones populares demuestran que este tipo de actos ha causado un malestar muy profundo. Y no es para menos, porque cortar el mayo de los quintos, sea en Coreses o en cualquier otro lugar, representa un ataque contra una tradición y, sobre todo, contra las ilusiones de los jóvenes que se han preocupado por mantener un ritual con un significado muy profundo. Y también he presenciado unas discusiones muy acaloradas en un bar de otra localidad, cuyo nombre no puedo mencionar, por cuestiones de celos, parejas, etc. En fin, que las disputas y los conflictos siempre han estado a la orden del día. También en los pueblos.