La biografía individual es el resultado de un cúmulo de sucesos, circunstancias, vivencias o influencias que se han ido produciendo desde el momento en que nos lanzan al mundo hasta que, de golpe y porrazo, nos vamos para el otro barrio a criar malvas. Ya lo escribía el filósofo José Ortega y Gasset en 1914: “Yo soy yo y mi circunstancia”. Aunque los debates sobre el sentido de dicha sentencia sigan abiertos, a mí siempre me ha gustado interpretar que el “yo” es uno de los ingredientes de nuestra vida y que la “circunstancia” se refiere a todo lo que está a nuestro alrededor y que, de una u otra manera, termina influyendo en nuestro modo de ser y de actuar. Unas circunstancias que, sin embargo, no son inmutables ni estáticas, sino que cambian y se modifican precisamente por la acción del ser humano, es decir, por la capacidad que tenemos usted y yo para tomar decisiones en una u otra dirección. Ahí está la historia de la humanidad para demostrar que las circunstancias cambian y que, gusten o disgusten, imponen su ley.

Algunos políticos son poco ejemplares porque unas veces dicen A y otras, B; o exigen a los demás un determinado código de conducta mientras que ellas o ellos lo incumplen

Entre las circunstancias que nos rodean y que, como digo, actúan sobre lo que somos o dejamos de ser, se encuentran las personas que nos rodean y acompañan en la aventura de la vida. Todas son diversas, muchas aparecen y desaparecen, mientras que algunas siguen pegadas a nuestra existencia como un chicle en la suela de un zapato. Si echan la vista atrás y tratan de identificar a quienes han influido de un modo más directo en la construcción de su vida y, por consiguiente, han contribuido a que ustedes sean lo que son, estoy seguro que aparecerán los familiares más cercanos (padres, hermanos, abuelos), los amigos y esas figuras que han tenido una influencia muy poderosa en momentos específicos: maestros, monjas y curas, entrenadores de los deportes que hemos practicado, monitores de los campamentos de verano, jefes o supervisores de trabajo, etc. Pero también aparecerán otras personas que han dejado su influencia en nuestras vidas y con las que nunca hemos cruzado una palabra ni tomado una caña en el bar de la esquina.

Piense, por ejemplo, en los líderes religiosos o en esos artistas, cantantes o escritores, cuyos mensajes, obras o relatos han sido determinantes. Entre esas personas ejemplares también deberían encontrarse los políticos que deciden dar un paso al frente para defender un modelo de sociedad y, llegado el caso, gestionar los asuntos públicos, es decir, la sanidad, la educación, las relaciones laborales, el salario mínimo, la seguridad ciudadana, la compra de mascarillas o cualquier otra actividad relacionada con la vida cotidiana de los ciudadanos. Sin embargo, sabemos que algunos políticos son poco ejemplares porque unas veces dicen A y otras, B; o exigen a los demás un determinado código de conducta mientras que ellas o ellos lo incumplen. Estos comportamientos también forman parte de las circunstancias que subrayaba Ortega y Gasset. Por eso, en momentos tan confusos como los presentes, haríamos bien en separar el grano de la paja. O en recordar que una cosa es predicar y otra, muy distinta, dar trigo. Ya me entienden.