Las pasadas fiestas tuve una pesadilla antes de Navidad. Nada que ver con la famosa película de Tim Burton, porque mi sueño podría ser a la vez una epifanía. Y es que no me hace falta tener una bola de cristal para intuir que mi pesadilla se parece demasiado al futuro que, mucho me temo, nos aguarda.

Un futuro rural y salvaje, muy a lo Cormac McCarthy.

En mi sueño profético, pesadilla, vaticinio o epifanía, yo tenía más años que la cerveza, que por si alguien no lo sabe data del 4000 antes de Cristo, y aún así seguía viviendo de mis ovejas. La diferencia es que, en mi pueblo de cuarenta y ocho habitantes, censo actual, no quedaba nadie más. Nadie. Si no hay gente, no hay pueblo. Y si no hay pueblo, no hace falta ni el alumbrado público. El viejo vivir de sol a sol.

La España vaciada como negocio: algunos listillos están especulando y ganando mucho dinero con la despoblación

En el sueño de autos, la noche me pilló faenando. Y como no me dio tiempo a regresar a casa, ya he dicho que era una anciana pastora corroída por incansables años de duro trabajo y que no había farolas en el camino, hallé refugio y cómo dormir en la beatífica compañía de mis peludas compañeras.

Fue entonces y de repente, cuando jaurías, y donde escribo jaurías, pretendo decir miríadas, de lobos, asediaron el aprisco como orcos furibundos a la caza del portador del anillo de poder. A Dios gracias que la violencia de las bestias golpeando las puertas en su afán de acceder al interior, y el miedo, me hicieron despertar.

Despertar a la fea realidad: la de un rural abandonado a su suerte.

Antes de mi sueño profético, o el Apocalipsis según santa Bárbara, había tenido la oportunidad de leer dos entrevistas a dos expresidentes sobre la actualidad de este país. No soy muy fan de Freud, pero intuyo su psicoanalítico diagnóstico: de semejantes lecturas, tal pesadilla.

Resulta que, según esos padres de la patria jubilados, no puede hablarse de España vaciada, porque nunca estuvo llena. Una teoría con la que mi profesor de Geografía de Segundo de BUP no estaría de acuerdo. Según don Eduardo, el capitalismo necesita de un progreso continuado, y ese progreso continuado deriva en menos sector primario, menos ruralidad, y más sector servicios, es decir, más gigantescas ciudades donde consumir más.

El capitalismo y el progreso exigen menos ruralidad, sí, pero no nuestra total desaparición. Esa hacia la que nos encaminamos. Como tampoco obliga a que seamos un apéndice inservible, sin ninguna función propia. O siervos prestos a acatar órdenes de los habitantes de la urbe: si la ciudad demandaba chachas y obreros, pues el rural enviaba a sus hijos junto con sus mejores deseos.

En su nuevo libro Detendrán mi Río, Virginia Mendoza Benavente, denuncia cómo cada vez que la ciudad exigía beber, se procedía a inundar un pueblo para crear otro pantano. Sin remordimientos, se sacrificaban las casas y las tierras de labor de los habitantes del rural en beneficio de los urbanitas.

La ciudad necesitaba energía para producir más capitalismo y más progreso, y los habitantes del rural nos peleábamos, pueblo contra pueblo, por albergar una nueva central nuclear, o vertederos para basura radioactiva, o cementerios para residuos peligrosos.

A la ciudad le remordía la conciencia por llevar una vida tan alejada de la Naturaleza, demandaba ser más eco-verde, así que en el rural consentimos en cerrar todas las minas de carbón, firmando con ello el acta de defunción de nuestras valientes y luchadoras Cuencas Mineras. R.I.P.

Entono el mea culpa por mi falta de cultura cinematográfica, reconozco que no sé quién es Rodrigo Sorogoyen. Sin embargo, tengo noticias de que está rodando una película rural y salvaje en una aldea del Bierzo, que versa sobre la trama de los parques eólicos y unos vecinos que se oponen a seguir siendo esa España vaciada dócil y consentidora.

Un libro y una película, ambos sobre la despoblación como negocio. Sobre cómo esa España que puede que nunca estuviera llena a rebosar, pero que aún permanece habitada, propicia que algunos listillos estén especulando con el terreno, y ganando mucho dinero con ello.

Un dinero que no va a revertir en el bienestar del pueblo español. Ya sucedió lo mismo en el pasado con el litoral de España. Cuando la unión entre políticos corruptos y empresarios usureros propició, que toda la costa se llenara de mega hoteles, campos de gol y urbanizaciones de súper lujo para extranjeros. Y ese enriquecimiento de unos pocos con el turismo de playa, no significó mejores servicios públicos para todos. Al contrario.

Estamos advertidos, más parques eólicos es igual a menos médicos.