El futuro no está escrito: es bueno empezar con una declaración rotunda cuando uno se pone a reflexionar sobre el futuro de la España rural en general y del de esta tierra en particular. Las cosas no han ido bien por Zamora y el siglo XX, sobre todo su último tercio, ha sido malo, sin paliativos, para las tierras que conforman esta comunidad imaginada en forma de provincia. Pero nada estaba escrito en ningún sitio y todo podía haber sido de otra manera: esta provincia, ahora despoblada, elegía más diputados que las de Vizcaya o la de Valladolid en las elecciones constituyentes de 1868 -hace dos días, en términos históricos-. Las cosas siempre podían haber sido de otra manera y, por no irnos más lejos, durante el siglo XIX los primeros altos hornos siderúrgicos que se instalaron en España lo fueron en las provincias de Lugo y Málaga, echando por tierra esa idea de una especie de destino manifiesto de otras regiones en cuanto a la industrialización y la modernidad.

Otro elemento que es bueno entender, para que el debate público sea sano, es que no sabemos por qué pasan muchas de las cosas que ocurren. Frente al determinismo marxista o religioso -dos caras en realidad de una misma moneda- hemos de asumir nuestra incapacidad para entender las causas de un gran número de fenómenos sociales. El problema es que pocos están preparados para aceptar sin más que los gobiernos hacen lo que pueden -improvisando la mayoría de las veces- y que gran parte de los problemas públicos no tienen solución: pueden ser gestionados, pero nunca serán resueltos del todo. Las dinámicas de interacción y cambio social en las sociedades modernas que superan en todos los aspectos: por eso es mejor estar cerca de políticos -o de personajes públicos en general- que acepten la incertidumbre y entiendan la ambigüedad del entorno en el que operamos. Solo desde esta humildad -huya lector de los fantoches que, desde los programas de info-entretenimiento, nos aseguran que lo tienen todo claro- podemos abordar con algo más de claridad lo que nos pasa.

La clave, por lo tanto, es que los elementos básicos: buenos servicios públicos, calidad de vida, conectividad, conexiones terrestres… estén operativos y funcionen.

Y sí, es posible que las viejas aldeas que vamos viendo apagarse hayan perdido el sentido para el que fueron creadas, hace ya algo más de mil años, a lo largo de todo el eje del Duero: la vida ya no se organiza en pequeñas comunidades de subsistencia con el calendario de las cosechas como eje, el señor como patrón y el párroco como guía. Quizá los pueblos ya no serán nunca lo que fueron, y quizá es verdad que su tiempo pasó, y su configuración ha de cambiar. Pasa lo mismo con estas hermosas ciudades de interior: Zamora es una magnífica atalaya defensiva, como explica siempre con maestría Paco Somoza, pero en los últimos ocho siglos apenas ha tenido que defenderse de nadie…

Y aún así, no se desanime, lector. Esta incertidumbre trae consigo también aspectos positivos, y por eso ninguno de estos pueblos: el mío o el suyo, están condenados. Como no hay nada escrito, podemos apostar por elementos de partida que nos ayuden a dibujar nuevos escenarios. Con humildad, pero con sentido práctico. Y ahí, el medio rural zamorano, por ejemplo, juega con una cierta ventaja. Veamos el tren: dos estaciones en la provincia, la de la capital con casi una decena de conexiones diarias a Madrid, ¡el equivalente a puente aéreo! y la de Sanabria con cuatro, nada menos. No en vano, la venta de casas en el rural sanabrés se ha multiplicado desde que a los cambios que ha traído la pandemia se le ha sumado la movilidad que nos ofrece el ferrocarril. También está la conectividad, que llegará, y que permite dar sentido a nuevas formas de habitar un territorio de manera más flexible de lo que conocíamos hasta ahora. Y eso los ciudadanos lo saben: un estudio del mes pasado realizado por Metroscopia señalaba que la digitalización era la medida a la que los ciudadanos de Castilla y León creen que hay que dedicar más recursos para dejar atrás la crisis.

Y a partir de ahí, además hay que tener suerte, claro. Y presumir de lo que tenemos. Quizá este medio rural se ponga de moda entre gente de alto nivel a escala europea y sea un refugio -con toda la economía que ello genera- para profesionales liberales y altamente cualificados que buscan una vida menos atada a la vorágine de la gran ciudad. Quizá Monte La Reina, con sus familias desperdigadas en el corredor Toro-Zamora permita generar nuevas economías en la zona más dinámica de la provincia. Quizá, quién sabe, iniciativas que a estas horas están solo gestándose en cenas entre amigos y de las que aún nadie sabe nada, estén cambiando las próximas décadas de nuestros pueblos y de nuestras comarcas.

La clave, por lo tanto, es que los elementos básicos: buenos servicios públicos, calidad de vida, conectividad, conexiones terrestres… estén operativos y funcionen. Y a partir de ahí, suerte y a presumir, porque las narrativas sobre los territorios las creamos las personas, no caen del cielo de la mano de Dios nuestro Señor. Las políticas públicas son una condición necesaria pero no son suficientes, ya que no bastan para resolver problemas que muchas veces no sabemos ni plantear. Así que, a poner cada uno de su parte y a trabajar para revertir los círculos viciosos y convertirlos en virtuosos. Seamos tan humildes -es mucho lo que no sabemos- como ambiciosos: el futuro no está escrito en ningún sitio. Nos lo recuerda siempre Karl Popper: “En lugar de posar como profetas debemos convertirnos en forjadores de nuestro destino”.

¿Estamos en ello?

(*) Politólogo