A mediodía la piscina se llena de bebés y niños pequeños, pero ninguno va con sus padres. Sé con certeza que no son sus padres porque así lo han querido ellos: aquí a las trabajadoras domésticas (siempre son mujeres) les ponen un uniforme que no deje dudas: no he visto cofias, pero sí muchachas y señoras que los acompañan a los restaurantes y a las playas vestidas con un pijama tipo enfermería, por ejemplo, gris.

No solo sé que no son sus padres por el pijama. En este residencial de la zona 10 de Guatemala solo vive gente blanca y las trabajadoras domésticas son la mayoría indígenas, alguna mestiza. Ningún niño se parece a la persona que lo está cuidando.

Supongo que esta escena que describo aquí con cierta extrañeza se puede ver a diario en algunos barrios de Madrid, salvo la piscina en otoño que estará cerrada. O de Barcelona: en Sarriá pisé yo a los 22 años la primera casa “con servicio”. Una compañera de universidad nos invitó a un piso que olía a dinero antiguo y dijo que no sabía dónde estaban los vasos y no era una broma.

Los bebés de las series y de las películas son inertes, pero los de carne y hueso están cada minuto al borde de la catástrofe

En los meses más duros de la pandemia trabajé en un reportaje sobre secuestros en Guatemala: los de las trabajadoras domésticas en las casas de sus “patronas”. Si querían conservar su empleo tenían que quedarse allí sin salir, sin regresar a sus pueblos, sin tocar a sus propios hijos.

La cómica argentina Charo López cuenta que le parece bien que exista el trabajo doméstico pero que debería ser carísimo. Qué dice de nuestras sociedades, de nosotros mismos, que uno de los empleos más precarios, informales y desprotegidos sea el que se ocupa de cuidar de nuestros hijos. De devolvérnoslos de una pieza.

Cuidar niños es algo muy serio, pero la ficción -hecha por hombres que apenas conocen a los suyos, me imagino- siempre lo ha pintado como una tontería que puede hacer cualquiera. Una adolescente que el último bebé que vio fue un Nenuco, una persona que acabas de conocer a la que le confías la vida de tu hijo por cuatro duros.

Los bebés de las series y de las películas son inertes, pero los de carne y hueso están cada minuto al borde de la catástrofe. Lo primero para cuidar bien a un niño es tener atención plena, el bien más escaso en este tiempo. El otro día un bebé del edificio casi se estrella contra una mesa de cristal mientras su cuidadora estaba embobada con su móvil. No se asustó nada. Corrijo: lo primero para cuidar muy bien a un niño es quererlo más que a tu vida y eso no hay dinero que lo compre.

Estoy de acuerdo con Charo López en que el trabajo doméstico debe estar bien remunerado, regulado, debe ser profesional. Pero mi latido va más allá: creo que deberíamos tener unos empleos, unos Estados, unas vidas que nos permitan cuidar de nuestros hijos y de nuestros padres y de nuestros dependientes y de nuestros enfermos. Y hacernos unos macarrones sin tener que pedirlos a un repartidor (mal pagado) en mitad de una tormenta.