Cuadrar el círculo es casi tan complicado como estar en misa y repicando, como mamar y morder a la vez o como pretender seguir siendo antisistema cuando ya se está instalado en el corazón mismo del sistema, viviendo a cuerpo de rey pese a postularse republicano, llevándoselo en crudo en nombre de los desfavorecidos y buscando por todos los medios que no te desalojen de las alfombras de “la casta” aunque a borbotones te salga la caspa. Pero como algunos lo valemos, si lo intentamos, “podemos”. O casi.

Cuadrar los círculos que representan a Podemos viene a ser como lo que de chavales, en aquellos años en que ya no estaba Franco -ni por aquél entonces se le esperaba, quién nos lo iba a decir- llamábamos la ley del embudo y también la ley de la botella, no cuando, dando patadas a la pelota, añadíamos “el que la tire va a por ella”, sino cuando unos pretendían para sí la parte ancha de las normas y al de enfrente se le rechazaba todo lo que no pasaba por la parte estrecha. La paja en el ojo ajeno y la viga en el nuestro, nos explicaban los catequistas.

Fascismo y comunismo comparten el mismo empeño liberticida. Ambos fomentan una sociedad totalmente controlada por leyes, normas e instrucciones que no dejen respiro al libre albedrío, al ejercicio de la libertad individual o a la mera disidencia en la opinión o el pensamiento, a riesgo de tener que sufrir las iras de los escuadrones de castigo. En ambos casos, la minoría que se instala dentro de los reducidos círculos del control del Estado o del “Partido” trata siempre de que el corsé legal sea férreo para el pueblo y liviano para la casta superior que ha de gobernarlo, desde el despacho entre semana, desde la finca o la dacha el fin de semana.

Así es fácil entender que el podemita Alberto Rodríguez y sus correligionarios de secta no quieran comprender que en las democracias liberales (únicas democracias realmente existentes), el imperio de la ley rige para todos y que la división de poderes, aún estando bastante prostituida en España, es la mejor garantía para no caer en las fauces de la tiranía. Y como llamarlos comunistas por ello les va a parecer un piropo del que enorgullecerse, habrá que decirles que son fascistas. Nada nuevo bajo el sol. La arbitrariedad permite, en contra de las leyes e incluso de la geometría, cuadrar el círculo.

Más grave y aún indigno resulta el papelón en este asunto de la tercera autoridad del Estado. La socialista Meritxell Batet, presidenta del Congreso. No menos escalofriante que ridículo es que, en brutal fraude de ley y con estupidez adolescente, como ha tenido que dejar en evidencia con comunicado formal el Tribunal Supremo, haya querido jugar con éste al gato y al ratón para no cumplir una sentencia y mantener al “pateador” en un escaño que no otorga ella sino el Estado de derecho que ella tiene la obligación de defender y sin embargo ataca para proteger a quien demuestra, como buen podemita, tenerlos muy cuadrados. A los círculos me refiero, claro.

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