“La República había conseguido despertar en muchas inteligencias el deseo de aprender, y en los maestros, el deseo de enseñar con más pasión que nunca”

(Historia de una Maestra. J. Aldecoa)

A veces hay que mirar atrás para entender el presente. Mucho antes de que la educación se convirtiera en un derecho fundamental reconocido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) y, por supuesto, mucho antes de la creación de la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible, la cual considera la educación como un pilar decisivo para el objetivo de un mundo mejor, más equitativo y solidario, “España fue uno de los primeros países europeos en reconocer la importancia de la educación universal”, como así se relata en la web de la Asociación Innovación y Derechos Humanos, ya que la Constitución de la República de 1931 establecía los principios de una enseñanza pública, gratuita, laica, mixta y obligatoria. Así, las maestras y maestros recibieron formación a través de la Institución Libre de Enseñanza y muchos de ellos se integraron en las Misiones Pedagógicas que, en un esfuerzo de renovación educativa y compromiso con la justicia social, durante la II República, llevaron a los pueblos aislados de España – con una alta tasa de analfabetismo – bibliotecas, museos ambulantes, teatro clásico y contemporáneo, música, cursos de formación, etc.

La docencia es una de las profesiones más importantes y decisivas en la formación de los nuevos ciudadanos y una de las más castigadas por los enemigos de la cultura y el conocimiento, la libertad y la justicia,

Que la docencia es una de las profesiones más importantes y decisivas en la formación de los nuevos ciudadanos no es discutible, que es una de las más castigadas por los enemigos de la cultura y el conocimiento, la libertad y la justicia, tampoco. Y el franquismo no fue una excepción, como así lo atestiguan los 564.269 expedientes de depuración referidos a maestros y maestras de enseñanza primaria y secundaria y profesores de universidad, que la antes citada asociación recoge en su página web, facilitando así la divulgación de estos archivos y documentos.

Justa Freire fue una maestra avanzada a su tiempo, estudió Magisterio en la Escuela Normal de Zamora y obtuvo por oposición una plaza de maestra nacional en 1918. Trabajó en centros vinculados a la Institución Libre de Enseñanza, colaboró con las Misiones Pedagógicas, viajó para formarse a Bélgica y Francia y se convirtió en una de las primeras mujeres en dirigir un equipo de docentes formado por hombres. Fue detenida al final de la Guerra Civil y condenada a seis años de prisión. Perdió todos sus derechos y se le prohibió expresamente ejercer en Madrid.

Justa Freire reemplazó al general Millán Astray en el callejero de Madrid en abril de 2018, en cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica de 2007. Recientemente, y tras dos sentencias contradictorias, se ha ejecutado el fallo del Tribunal Superior de Justicia de Madrid que devuelve el nombre de la calle a Millán Astray, argumentando que no existen pruebas suficientes de que el protagonista “participara en la sublevación militar, ni tuviera participación alguna en las acciones bélicas durante la Guerra Civil, ni en la represión de la Dictadura”. Me resulta increíble que se diga esto de la misma persona que dejó plasmado en sus escritos su absoluta admiración por el fascismo, encarnado en sus tres admirados héroes: Hitler, Mussolini y Franco.

Justa Freire es importante por sí misma, pero a medida que leía sobre ella en estos días, más me acordaba de Gabriela, la inolvidable protagonista de “Historia de una maestra” de Josefina Aldecoa y del maravilloso D. Gregorio de “La lengua de las mariposas” de Manuel Rivas. Ellos tres representan el espíritu de todas las maestras y maestros republicanos fusilados, encarcelados o condenados al exilio como consecuencia de la Guerra Civil. Ellos son la voz y la memoria de un país al que trataron de sacar de la ignorancia y del atraso a través de la defensa de la educación, la cultura y de unos ideales universales que aún continúan vivos.

Justa Freire, nacida en Moraleja del Vino, tiene allí una calle y un parque que llevan su nombre desde el año 2014 gracias a las gestiones realizadas por la Fundación Ángel Llorca y el Ayuntamiento del pueblo donde nació. Tuvo también un reconocimiento simbólico en el año 2017 – junto a otros 13 nombres de mujeres ilustres – por parte del Ayuntamiento de Zamora con el consenso de todos los grupos políticos.

Pero recordarles no basta. Devolverles la memoria implica el reconocimiento de la pérdida de una generación de personas de gran preparación, con ideas modernas y avanzadas que habrían cambiado este país y que la represión franquista frustró. Ahora su reconocimiento espera en el banco de nombres que el Ayuntamiento atesora, a que le llegue el turno para pasar de lo simbólico a lo tangible.

Yo sí creo en los pequeños gestos para reparar grandes injusticias. Qué menos que materializar ese homenaje en un espacio que lleve el nombre de la maestra zamorana, en representación de todos los docentes. Por eso, escuchando el sentir de la gente y recogiendo sus ideas ideas – como ésta de una muy querida amiga – hemos propuesto que el Museo Pedagógico de Zamora, que se trasladará en un breve periodo de tiempo al espacio que ocupan los antiguos Laboratorios Municipales ubicados en los Jardines del Castillo, lleve el nombre de la maestra Justa Freire, ya que uno de los principales objetivos de esta institución es la difusión de la memoria histórica educativa. Porque esta es otra oportunidad para decidir el modelo de ciudad que queremos: ese en el que las generaciones del futuro tengan los mejores referentes y conozcan su historia.

(*) Concejala del PSOE del Ayuntamiento de Zamora