Abrir puertas parece que ha sido una costumbre honrosa, alabada , de confianza y hasta ordenada. Las civilizaciones antiguas, anteriores a Jesucristo, ya tenían los guardianes de las puertas de las ciudades, que las abrían de día y las cerraban por las noches o en caso de peligro.

Las abrían a los amigos y cerraban a los enemigos. Las ciudades tenían sus puertas y las podemos ver aún en no pocos pueblos de Zamora que aún conservan algún resto de muralla. En Zamora, la famosa puerta de la traición. Abrir la puerta de casa es signo de confianza, de amistad, de hospitalidad. Pase y descanse es un dicho que entraña mucha humanidad. Hoy hemos pasado en parte a la cultura del doble cerrojo, las alarmas, la prevención , el miedo. El dicho quedarse a la luna de Valencia parece ser que se acuñó para relatar que quien no llegaba a la hora tenía que quedarse y pernoctar fuera a la ciudad y durmiendo en el descampado. Serenos antiguos llevaban un gran manojo de llaves en la noche y abrían puertas a los descuidados.

Sus iglesias y ermitas son un encanto de pulcritud, orden, buen gusto, buen cuidado, detallistas, visitables. Sus gentes las cuidan con mimo y gratis

Parece que ya entones había botellones y trasnochadores. La jerarquía de la Iglesia creó un ministerio ordenado llamado menor, cuya denominación era ostiariado, del latín ostium que quiere decir puerta. La mayor parte de los curas que cuentan más de 50 años la recibieron y en el rito tenían que ir desde el altar hasta la puerta de la Catedral y hacer el simulacro de cerrarla y abrirla. Con ello se significaba la potestad de abrir y cerrar las puertas de las iglesias. Ahora la mayor parte de las iglesias permanecen cerradas noche y día a pesar de que el Papa ha pedido que no prevalezca el miedo a posibles ladrones y desde la Jerarquía se muestre confianza a fieles, amigos del arte , de la oración, la belleza, y transeúntes, teniendo las iglesias abiertas para que quien quiera entre, rece, admire, descanse. En la situación actual ni los perseguidos por la justicia podrían acogerse al derecho de asilo que las iglesias les propiciaba en otros tiempos, lugares en los que si entraban no podía ser arrestados. Ahora, salvo aquellos edificios que guarden o no el sagrario ocupado a quien por derecho se le tiene reservado, pero si conservan algo de arte, y cuyos abrepuertas consensuados por autoridades eclesiásticas y civiles gozan de un salario, negociado, las demás en su mayoría permanecen cerradas, siguiendo normas dicen, de prudencia, pero contraviniendo los deseos expresos del papa, dueño en última instancia de los edificios y cuanto hay en ellos.

Pero hay honrosas y muchas excepciones dignas de resaltar y que yo mismo y mis acompañantes hemos podido verificar y gozar. En no pocos pueblos, existen personas de todas las edades y condición que guardan, custodian, administran las llaves de sus iglesias. Llegas a una pueblo como me pasó no hace mucho en Muga de Sayago, Tudera, Zafara, Carbellino o Pinilla de Fermoselle, por no cansar al lector con más nombres, preguntas a cualquier persona quién tiene las llaves y te dicen nombre y dirección de los depositarios claveros. Con una amabilidad, generosidad, prontitud y eficacia encomiables dejan lo que estuvieran haciendo y te acompañan. No puedo menos de resaltar este hecho veraz que adorna nuestros pueblos y sus gentes, que los hacen aún más visitables y entrañables. También verdadera escuela de formación en virtudes y valores. Y personifico en el matrimonio formado por José y Mari de Pinilla, la señora Angelines de Muga y otros octogenarios, los señores Isaac Arroyo y Martina Pordomingo de Zafara, que a pesar de ser mediodía y llegar de sus huertos, te abrieron su casas, buscaron las llave y nos enseñaron con gran amor sus iglesias. En una de ellas, hasta cantamos la misa de Angelis que hasta de eso saben.

Esos cientos de abrepuertas, ostiarios y ostiarias sin órdenes sagradas recibidas, pero bendecidos y benditos por su bien y buen hacer practican a la vez obras de misericordia como enseñar al que no sabe, acompañar al peregrino y en alguna casos como en Pinilla, dar de comer al hambriento y de beber al sediento. Loados sean por tener las iglesias tan limpias, ordenadas, y abiertas a cualquier hora del día y sin sueldo. Zamora rural ofrece mucho, mucho más de lo que a veces se dice. Sus iglesias y ermitas son un encanto de pulcritud, orden, buen gusto, buen cuidado, detallosas, visitables. Sus gentes las cuidan con mimo y gratis.

Es una pena que no sean con más frecuencia visitadas por todos quienes se acercan en busca de un bar para tomar una copa. Y no lo digo solamente por aquellas que guardan hermosas y únicas pinturas murales y tablas flamencas. Cualquier iglesia sorprende por su belleza en la sencillez y sus ostiarias, ordinarios, abrepuertas, por su encanto y modelo a atención a quien llegue y además con bondad, sonrisa y ofreciéndolo que tiene, no pidiendo nada ¿ No es admirable?