Afganistán es mucho más que un Estado fallido, representando como representa la quiebra absoluta de una sociedad. Después de dos décadas en que Occidente, también España, ha visto no ya dilapidar dinero y recursos, sino convertir en poco menos que estéril el sacrificio de sus militares, los mismos afganos, gozando de una superioridad abrumadora, huyeron a la desbandada sin combatir, a sabiendas de que ellos con sus familias quedaban a merced de una horda de cuyas atrocidades tenían suficiente prueba.

Ahora quejas, lloriqueos, espanto ante las represalias, la situación de las mujeres, el salvajismo y barbarie que se avecina. Sin embargo, aquí nuestra opinión pública debería preguntarse por qué esa sociedad ha preferido no luchar, no defenderse ante la amenaza que se le venía encima, para mendigar, y no han hecho otra cosa a lo largo de años, nuevamente la ayuda, la protección de países a quienes han agradecido su sacrificio, esencialmente en vidas de sus soldados, haciendo gala de una pasividad infame, unida a la corrupción escandalosa que culmina en fuga general, tan cobarde como vergonzosa.

Occidente, y en particular una Europa indigna según acostumbra, debe sentir inmenso respeto, en primer lugar, por nuestros militares, especialmente por la memoria de quienes no regresaron de un conflicto que se convirtió en auténtico sinsentido, fruto de la concepción buenista inseparable de los nuevos mandamientos de la corrección política. Pero enorme respeto también al valor de los afganos que se juegan la vida desafiando en las calles a un poder tiránico, para reivindicar su patria, su bandera y sus derechos, como símbolos de libertad.

La lección de Afganistán tiene que ver con la debilidad e impotencia de un Occidente contra las cuerdas, a merced de una hegemonía que cambia de bando. Mas lección igualmente respecto al necesario compromiso de toda sociedad libre. Cuando, en calidad de mera población o masa sin valores, la ciudadanía se refugia en la comodidad, en el egoísmo de un bienestar a cualquier precio, está condenada a sufrir el desprecio y la dictadura de quienes, bajo excusa de la ideología, la religión o simplemente el poder, siempre tendrán como objetivo acabar con nuestras ya precarias libertades, a ejercer dentro de una democracia asociada al Estado de derecho. Amenaza latente fuera, si bien para nosotros quizá dentro en mucha mayor medida.