Los gatos. Lo segundo que hacemos cada mañana es salir a buscar los gatos. Después, las gallinas, el autobús mostaza, mira hijo ahí pasa un ciclista. Este es un pueblo pequeño, pero con vistas a una carretera nacional: nuestro teatro de lo inesperado.

Este es un pueblo pequeño, pero con vistas a una carretera nacional: nuestro teatro de lo inesperado

Cuando vamos de paseo a lo que técnicamente llaman “el casco urbano”, hacemos inventario de avistamientos. Ya ni siquiera agosto altera mucho las estadísticas. Supimos que lo fue porque había más bicis, eso sí, bicis tiradas en puertas de casas entreabiertas.

Ahora que ya estamos los que somos, el inventario medio suele quedarnos así: rebaño a la izquierda del camino, su pastor, su careador; un aspersor en marcha, nadie en la parada del autobús. Más ladridos que conversaciones.

Y también: varias generaciones de tractores aparcados donde siempre; la báscula de pesar el trigo, la cebada, los animales para vender o comprar. A la derecha, por la carretera, quizás una cosechadora cuando es época.

Si estuviéramos todo el día dando vueltas, podríamos sumar: una fila modesta, algunas batas, cuando pita el panadero, el frutero o el señor que vende un poco de todo. Unos vecinos hablando junto al cementerio, personas contadas que pasan y paran un momento.

Si es sábado o fiesta de guardar, unos niños, de diferentes edades, con su pelota en la pista. Quizás alguna madre o algún padre sentado en el suelo cuando no quema y los hijos son pequeños.

En general, otras cosas: una bombona de butano a la espera, alguien que sube o baja de misa, una casa que acaban de vender. Menos que otros años, pero todavía: los peregrinos, con sus mochilas y sus palos y sus lenguas que anuncian otros lugares.

El Camino de Santiago pasa por el pueblo: los actores inesperados del teatro. Mi deseo infantil y aún, que algo de este tranquilo inventario cotidiano les encante y quieran dejar su apartamento en Bonn y venir a ser parte del elenco fijo. No es tan imposible, porque ya ha pasado.

Cuando vamos a Zamora, mi hijo no sabe para donde mirar porque hay tanto: coches que pasan cerca, gente que no nos saluda, más ruido que ladridos. Entonces pienso en nuestro inventario asible, en que en el pueblo ves menos cosas, pero de las que ves te acuerdas.