Si hay una cosa que sigo sin poder entender es: ¿por qué cuando hay algo que atenta contra el orden público, y molesta a la mayoría de los componentes de una sociedad, no se puede prohibir, o, al menos, regular debidamente?

Hojeando una revista hace un par de días, leí un reportaje que hizo que me sintiera mal. Me refiero a la celebración de una rave que debió tener lugar, muy recientemente, en una finca privada, a orillas del Lago Mezzano, en la localidad de Valentano (centro de Italia) y que, según relataba quien suscribía la información: “solo pudo darse por concluida cuando quienes habían acudido a la fiesta, tras cinco días de desenfreno total, cansados de tanto “disfrutar”, regresaron a sus casas, porque ya no podían más” (textual)… -Al parecer, una rave es una concentración festiva de aficionados a la música techno o house, que generalmente se desarrolla sin autorización y en edificios abandonados, o al aire libre-

Según la fuente de información de la que yo “bebí”, el propietario de la finca donde tuvo lugar el fiestón intentó infructuosamente que no se llevara a cabo en terrenos de su propiedad, tratando de disuadir a quienes estaban ocupándolos, para que los abandonaran, lo que no consiguió. De igual forma, el alcalde de Valentano, auxiliado por la policía local, también intentó hacer lo mismo, pero sin éxito alguno.

Hasta los miembros de la polizia di Stato -cuerpo de policía nacional de Italia- que hicieron acto de presencia para tratar de poner orden, fueron recibidos con abucheos y amenazas tanto por los organizadores de la rave como por los que asistieron a ella, y tuvieron que contenerse porque los instigadores de la fiesta llegaron a amenazarles diciéndoles que o les dejaban en paz o subirían el volumen de la música y prenderían fuego a los alrededores….

Les da igual que sean propiedades privadas, o espacios naturales protegidos, es lo mismo, pues a donde se proponen entrar, entran, y cuando se van lo dejan todo como si por allí hubiese pasado Atila, es decir, que mejor no mirar

El relato de los hechos parece increíble, pero debió ser tal cual, lo que ya no sorprende a nadie, sabiendo cómo se las gasta esta caterva de ineducados que, desgraciadamente, y me remito a las innumerables imágenes que vemos a diario en la televisión, vayan por donde vayan campan a sus anchas, y todo ello, sin que nada ni nadie les haga reflexionar acerca de cómo se deberían comportar.

Ni siquiera los elevadísimos riesgos de contagio que se podían dar, dada la situación epidemiológica en que nos encontramos, les hicieron entrar en razón, y, como nos tienen acostumbrados -las imágenes dan fe de ello- saltándose a la torera todas las normas y restricciones, bebieron, bailaron y ... por doquier (la mayoría sin mascarillas y sin guardar distancia alguna) sin importarles lo más mínimo todo lo que su manera de divertirse pudiera deparar.

El balance final, según los informes facilitados por las autoridades locales, fue de: numerosas denuncias por agresiones sexuales, varios comas etílicos, diversos ingresados en los hospitales más cercanos -algunos dieron positivo en COVID 19- y lo peor, un joven de 25 años hallado muerto en el Lago… Amén de multitud de detenidos por tráfico de drogas y otros tantos por desacato a la autoridad. Un balance “muy edificante”, sin duda.

Y, una vez más, yo me pregunto: ¿cómo es posible que no se pueda evitar la celebración de este tipo de eventos, que no aportan nada bueno a la sociedad, pues solo sirven para que cientos, y a veces miles de jóvenes se reúnan para beber, bailar, en muchos casos drogarse, destrozar todo cuanto encuentran a su paso, y dejar kilos y kilos de basura esparcidos por los espacios que, la mayoría de las veces sin autorización, hayan podido ocupar, sea para lo que sea. Les da igual que sean propiedades privadas, o espacios naturales protegidos, es lo mismo, pues a donde se proponen entrar, entran, y cuando se van lo dejan todo como si por allí hubiese pasado Atila, es decir, que mejor no mirar.

A la macro fiesta a la que me estoy refiriendo, según los datos que han circulado, acudieron miles de jóvenes italianos y otros tantos procedentes de diversos países europeos que, al reclamo de: “basta ya de encierros, a disfrutar”, en número cercano a 10.000, se dieron cita en el lugar citado dispuestos a dar rienda suelta a sus instintos, “para olvidar las penurias de la pandemia” ¡Qué gran justificación!

Cinco días y cinco noches de juerga, durante los cuales los “platos fuertes” fueron: la música a un todo volumen, las pizzas de cannabis y la diversión “a tope” ¡Olé vuestros hue…!

Hay constancia de que, durante los días que duró “el fiestón”, muchos vecinos del entorno se quejaron a la polizia por los daños que los fiesteros les estaban causando y por los destrozos que estaban ocasionando al lugar que habían ocupado, pero no consiguieron nada pues, como ha quedado dicho, cuando los polizias hicieron acto de presencia, los organizadores de la fiesta se enfrentaron a ellos con tal violencia que, para que la cosa no fuera a más, tras un tira y afloja sin sentido entre los que “la estaban armando gorda” y los agentes de la autoridad -a eso lo llaman negociación- todo quedó en advertencias, algunas detenciones y poco más. ¡Increíble, pero cierto!

Un macro concierto, botellón incluido -para que nos entendamos- parecido a los muchos que a menor escala se organizan cada fin de semana en cualquier pueblo o ciudad, sin que quienes queremos paz y sosiego, para poder descansar, y, sobre todo, la salvaguarda de nuestra integridad física y de nuestros conciudadanos, podamos hacer nada por evitarlos porque, aunque los botellones estén prohibidos (eso creo) no hay policía ni vecindad que pueda con esta juventud “desesperada”.

Los botellones son un martirio para quienes los tienen que soportar y un serio peligro para quienes los protagonizan, porque suelen beber o drogarse más de la cuenta y, sin querer, se pueden ver involucrados en cualquier pelea, mal rollo, o lo que sea, de los muchos que se llegan a dar cuando uno, o una, ha empinado el codo más de lo debido, o se ha metido para el cuerpo algo que le haya hecho alucinar.

Y cómo siempre habrá alguien que diga ¡Qué bien nos lo hemos pasado! Pues a mirar para otro lado y que la fiesta continúe, porque como los que mandan no quieren tener problemas con los que más tarde o más temprano tendrán que votar, pues a hacer el paripé, porque a esta juventud no se la debe enfadar.

Se puede ser como se quiera, pero siempre teniendo claro que la libertad de uno, así como sus derechos, llegan hasta donde empiezan los derechos de los demás, y, en mi opinión, quienes actúan y se divierten sin pararse a pensar en lo que hacen y en las consecuencias que sus actos pueden tener para ellos mismos y para los demás, se equivocan de principio a fin, porque si hay una máxima que se debe respetar es el que reza: “vive y deja vivir”, pues todo cuanto hagas puede tener efectos, a veces imprevisibles, y eso siempre se debe valorar.

Y que quede constancia de que, por fortuna, frente a esa juventud “desesperada”, hay muchos jóvenes que saben dónde están, se saben divertir y saben respetar a los demás. La diferencia entre unos y otros, solo está en la educación; y como la educación se enseña, permítaseme recordar a padres y educadores que cuanto más de frente miren a sus hijos o alumnos para enseñarles principios y valores, mejor a todos nos irá.

Señoras y señores diputados, por favor, tómense en serio lo de regular las raves, los botellones, las ocupaciones ilegales y todo cuanto tenga que ver con los comportamientos indebidos, pues, a veces, no está mal recordar eso de que: “tu libertad termina donde empieza la mía”-como okupas veo que se escribe con k, ya no sé si ocupaciones es con c o con k, me “pierdo”-.