Hace un millón de años que los seres humanos seguimos tropezando en las mismas piedras. A nuestras calles las rebautizamos con nombres de efímeros y vanidosos personajes: reyes, políticos corruptos, generales triunfantes, que no valientes, ladrones que no lo parecían. Pocas veces dejamos recuerdo de la gente de bien que luchó, e incluso perdió la vida por la libertad y la dignidad de los oprimidos. Si a nuestras calles las dejáramos tranquilas con su nombre primigenio calle de la estación, de la era, de la iglesia, del tócame Roque, no tendríamos que cambiar las placas a cada tropezón que da la vida y siempre sabríamos llegar a ellas.

Leo, con más indignación que sorpresa, el reportaje publicado en este diario (25-8-21) sobre la maestra de Moraleja del vino Doña Justa Freire Méndez, no tenía conocimiento de su persona, que hizo honor a su nombre y trabajó sin descanso por erradicar la ignorancia de la gente sencilla en aquellos terribles años de la Guerra Civil y la debacle franquista. Se merecía el reconocimiento desde hace muchos años, quisiera creer que no es revancha ni venganza, su placa ha sido cambiada por la de Millán Astray, personaje siniestro donde los haya que no dejó una sola línea amable para la historia, por más que asistiera a misa y comulgara contrito en San Torcuato o el templo de turno, siempre que fuera admirado por las señoras. Resurge el odio y la falta de perdón de aquellos que arruinaron a España y asesinaron y humillaron a sus gentes.

F. Mario Santos