La historia es un tapiz que entreteje las hebras del recuerdo y del olvido, con frecuencia, al estilo de quien maneja el telar.

Cuando la coalición de tropas estadounidense-europea declaró la guerra a Afganistán, una niña afgana de ojos de milana, cubierta con un hihab (velo islámico) un sari de vivos colores y unas sandalias, salió en televisión dando gracias al mundo “civilizado” por haberla rescatado de un matrimonio forzoso. Su padre había devuelto la dote a su marido antes de consumarse la lujuria porque ella todavía no había tenido la primera menstruación.

La niña afgana de ojos de milana creyó las mentiras que le contaron los hombres que llegaron a su país de Occidente. Yo también, y tú, seguramente, y las gentes de buena voluntad. Pero los señores del petróleo estadounidense, el presidente Bush y los presidentes europeos, Antonio Guterres, el príncipe del marketing político, Tony Blair y nuestro ínclito señor Aznar, que nos dio una lección de cómo se ponen los zangarros en la mesa en el rancho de Bush, nos mintieron entusiasmados como vulgares charlatanes de feria. También se contagiaron del lenguaje bélico los países de la OTAN y allá mandaron a los ejércitos a dar lecciones de democracia occidental a los talibanes de turbante y kaláshnikov. Los cuatro deslenguados de las Azores, devenidos en mudos, como la diosa Tácita de los romanos después de haber sido deshonrada por Mercurio.

Habrá ido a la escuela los últimos veinte años pero ahora podrá ser comprada otra vez por su antiguo marido porque se habrá enriquecido más con la corrupción estos años y su padre se habrá empobrecido. Allí, esa ha sido la lógica de la política impuesta

La niña afgana de ojos de milana habrá ido a la escuela los últimos veinte años pero ahora podrá ser comprada otra vez por su antiguo marido porque se habrá enriquecido más con la corrupción estos años y su padre se habrá empobrecido. Allí, esa ha sido la lógica de la política impuesta.

El motivo de la guerra no fue el terrible atentado de las Torres Gemelas de New York, ese hecho fue el subterfugio empleado para llevar a cabo otros planes más prosaicos diseñados por los halcones de Washington y del Pentágono.

Los proyectiles del armamento pesado de los Estados Unidos de Norteamérica llevan una capa de revestimiento de uranio y tienen una fecha de caducidad, destruirlos en las montañas de Tora Bora era más costoso que hacerlo en el desierto de Nevada, pero no tendrían que sufrir los efectos de la contaminación, de paso se vengaba la matanza de las Torres Gemelas matando a unos pocos talibanes en fuga. Después le arrebatamos el petróleo a los Iraquíes para lo que utilizaremos el aparato de propaganda y a través del territorio afgano lo llevamos al Sudeste Asiático, y ¡viva América!

Lo que ha sucedido en la realidad es que a Bin Laden lo tuvieron que capturar en una operación de comando en Pakistán, como han hecho siempre en estos casos los gobernantes con pocos escrúpulos. Los talibanes no fueron exterminados y los iraquíes no se han dejado quitar el petróleo. Los muy truhanes han descubierto que es suyo.

De esta larga y grotesca guerra se deben extraer algunas lecciones que, al parecer, no se hicieron de la guerra de Vietnam, y es, que los talibanes luchan por el ideal de la imposición de una ley bárbara escrita en el siglo VII de nuestra era, los estadounidenses por el petróleo ¿y los europeos? Se unieron a la fiesta.

Querida niña afgana de ojos de milana, nuestra misión en tu país nunca tuvo como objetivo crear una democracia, yo me opuse a la guerra desde el principio y me costó un serio disgusto. Pero en la llamada de atención del secretario de mi director general del Cuerpo, si hubo un humillado no fui yo.

(*) Portavoz del PSOE en el Ayuntamiento de Peñausende