Te digo que el odio antes era odio y ahora ya no se sabe lo que es porque ahora le llaman odio a todo, cuando quizá solo sea ignorancia o ceguera. Con tanto ruido, no me extraña que incluso el odio empiece a ser confundido con la sordera, porque por más que respondes en voz alta que todas las personas tienen los mismos derechos, pocos son los que te escuchan. Cada cual escucha lo que quiere, y así siguen, con ese soliloquio que no es suyo sino de otros, de esos otros que siempre dicen lo mismo, llueva o salga el sol, hasta que un día ni uno ni lo otro porque las nubes ya no son nubes sino algodones de azúcar. Esto último no te lo creas, si te lo crees es que has caído en la sordera.

En fin, que el odio ya no es eso que provocaba que despertaran los instintos para enfurecernos con lo que nos hacía daño. Ahora, lo que se lleva es algo más serio y también más normal, un odio que surge espontáneo y natural, no porque nos creamos superiores, no porque pensemos que nos van a invadir, no porque en la infancia fuéramos desdichados, no, nada de eso, solo porque sí, y cuando digo porque sí me refiero a eso que se produce cuando destapas una botella de gaseosa después de agitarla: que salen burbujas.

De hecho, tengo la impresión de que este nuevo odio, que ni siquiera es irracional porque no niega la razón -que para eso también hay que pensar-, es tan contagioso como las últimas cepas epidémicas, y que nadie estamos a salvo, por mucho amor que queramos dar a nuestro alrededor.

Estás enfermo, es lo que yo solía decirle a quien no sabía controlar el odio tradicional, el de toda la vida. ¿No te das cuenta de que así solo haces daño y te haces daño? El odio no sirve de nada, terminaba diciendo. Pero esto tan tradicional, tengo que reconocerlo, es absurdo decirlo ahora.

Demasiadas personas fuera de control, utilizando las redes sociales como desahogo de sus penurias para avivar el fuego de un odio disperso, global, inextinguible, que día a día se propaga por la estepa de los impulsos, en una sociedad con las emociones reprimidas por aquello mismo que, adivinamos, es la fuente de este odio que seguimos llamando odio pero que podría llamarse dios de tanta dislexia sobrevenida.

Ese dios que tantos adoran -por un baile de letras- podría ser el culpable de nuestra incapacidad para reaccionar frente al odio de siempre, que pese al nuevo sigue matando. Si seguimos así, pronto nos veremos en el interior de un mar de mercurio donde será complicado nadar, y también sacar la cabeza, a pesar de que es esto lo único que podemos hacer para sentir la vida.

Hoy me he puesto los zapatos al revés. Hacía tiempo que no me pasaba esto. Antes me ocurría cada poco, pero entonces era más joven, y el tiempo no pasa en balde. Y hoy a vuelto a suceder, me he encontrado ya en la calle cuando he visto que tenía el zapato derecho en el pie izquierdo y el pie izquierdo en el zapato derecho, y me he llevado una alegría inmensa de recuperar mi indómito despiste.

Durante todo el día, he camino con los zapatos al revés, y al llegar a casa los he colocado al lado de la cama en su posición antinatural, para que mañana y pasado, y al siguiente, vuelva a suceder. Ojalá ocurra siempre, así, como quien no quiere la cosa.

Soy una persona con cierta edad y sé que va a ser difícil despertar el odio por llevar los zapatos al revés, pero nunca se sabe. En cualquier caso, es una señal. Una señal de advertencia de que por nada del mundo voy a aceptar la convención de estar obligado a escuchar solo lo que otros van diciendo por ahí. No sé explicarlo pero, créanme: llevar los zapatos al revés es lo que nos identifica a los que hemos jurado caer jamás en ese odio de autómatas, en ese odio que como te descuides se te mete hasta el hígado y te hace escupir bilis por la boca en contra de todo aquello que está de moda odiar, sea lo que sea. Esa moda que tampoco es moda sino ruido y más ruido a favor de la norma, de lo normal, ruido general que nadie sabe quién fabrica.

Estoy feliz, estoy feliz de ser tan despistado que continuamente me pasan cosas fuera de la norma. Estoy feliz de ser un anormal. Y espero que por decir esto nadie se ofenda.