“Zamora, la provincia que más porcentaje de población pierde de toda España”. “Zamora pierde casi 2.000 vecinos en 2020 y la capital ya roza los 60.000”. “Zamora, la provincia que más población ha perdido desde el 2000, el 14,2%”. “Zamora pierde más de 2.000 habitantes en el último año”. “Entre 1999 y 2019, la provincia ha visto reducida su población en 32.111 personas, según los datos del Instituto Nacional de Estadística”.

Aquí un puñado de titulares para leer en un entierro. Titulares rescatados no solo de medios de comunicación locales o regionales, sino también nacionales. Titulares que sirven de prólogo a un futuro epitafio. Titulares que generan preocupación, rabia, frustración, incertidumbre e impotencia. ¿Qué hacer para solucionar esta tendencia? ¿Cómo cambiar el rumbo y evitar la deriva? ¿A quién recurrir? ¿Alguna idea para frenar un vehículo que se dirige a un precipicio?

La realidad social y poblacional de la provincia es esta; es terrible. Zamora es una madre que se desangra tras dar a luz a unos hijos que emigrarán y la dejarán sola. Una madre que necesita asistencia de forma urgente; un masaje cardiaco, una transfusión de sangre. Y somos nosotros, sus vástagos, quienes tenemos la obligación moral de socorrerla, aunque vivamos lejos de la casa familiar.

Esta sangría que, ya sin metáforas, sufre la provincia de Zamora, se debe, en muchos casos, a factores externos cuya tendencia es difícil reconducir, como la localización geográfica, la escasez de industria o el desarrollo histórico del país. Un desarrollismo centralista que ha dejado muchas víctimas en los márgenes; lugares prósperos con tierras fértiles abocados al envejecimiento, al ostracismo y finalmente a la desaparición.

Manifestarse en contra de esta indiferencia hacia la España Vacía es un derecho y una forma eficiente de obtener visibilidad para una causa como la nuestra, pero los resultados de estas protestas suelen ser inciertos y en muchas ocasiones incapaces de materializarse posteriormente en políticas reales. Desde mi punto de vista, y llegados a este punto de no retorno, la solución pasa por dejar a un lado los lamentos y las quejas y tratar de poner en marcha el vagón de las soluciones; con ideas, con planes concretos, con la implementación de proyectos inminentes; programas con denominación de origen, hechos aquí, a mano, con el sello y la marca de nuestra tierra, con originalidad y conocimiento, con el cariño de quien lucha por salvar a un ser querido.

No podemos esperar que un plan nacional venga a rescatarnos. No podemos esperar que un gobierno central o regional acuda a una llamada de emergencia cuyos gritos desesperados pueden oírse en Bruselas y que sin embargo no remueven conciencias entre las altas esferas políticas. Porque en el mundo de hoy, hijo del Consenso de Washington, un mundo movido por el neoliberalismo económico, un lugar como Zamora no le interesa a nadie más que los zamoranos. Porque Zamora no produce lo suficiente para ser parte del juego de casino de los mercados. Porque apenas demanda bienes. Porque le sobran viviendas. Porque no crea números en las pantallas de los inversores. Porque sus créditos son escasos y su deuda pequeña. Porque aquí solo florece el sector primario; la industria de la alimentación y lo relacionado con ella.

Ahora bien, esto no significa que debamos quedarnos de brazos cruzados, mirando, con la parsimonia y la inacción que caracterizan al poblador de estas latitudes, el hundimiento de nuestra nave. Si seguimos estancados en esta actitud terminaremos enterrados bajo el fango, con el agua de los ríos y los embalses cubriéndolo todo.

Y aunque esto te parezca una exageración distópica, si la provincia sigue perdiendo población al ritmo actual, Zamora se va a convertir en un museo y sus habitantes en elementos ornamentales que otras personas de tierras más prósperas contemplarán como una rara avis etnográfica.

No tenemos nada que perder, pues casi todo, mucho, una gran parte, está perdido ya entre la emigración, la pobreza y el ostracismo al que hemos sido condenados.

¿Y qué podemos hacer?

Son varias las iniciativas que desde otras provincias, plataformas y organizaciones privadas se han propuesto o incluso llevado a cabo para repoblar pueblos a punto de claudicar. Repasemos algunas de ellas:

Plan Repuebla: es una plataforma de contacto y colaboración con ayuntamientos de localidades de zonas despobladas que genera un banco de viviendas y subvenciones. De tal manera que se pueda regentar un bar por un precio testimonial o que los autónomos disfruten de tarifa plana.

Pueblos Smart: son poblaciones que buscan resucitar a través de la inversión en nuevas tecnologías e innovación. La localidad extremeña de Valverde de Burguillos, por ejemplo, funciona como laboratorio experimental y académico donde alumnos de distintas áreas de la Universidad de Sevilla desarrollan sus trabajos prácticos.

El pueblo en el que nunca pasa nada: una iniciativa puesta en marcha Miravete de la Sierra, en Teruel, que provocó que más de 700 personas cansadas del estrés de la ciudad quisieran vivir en el pueblo.

Otras iniciativas singulares que ofrecen incentivos: en Rubiá (Ourense) se ofrecían 150 euros al mes para quienes quisieran vivir allí. En Algar de Palancia (Valencia) se entregaban 750 euros por hijo nacido para quien llevara dos años empadronado. En Arganza (León) se marcaron como objetivo no cerrar el colegio concediendo vivienda gratuita a familias con dos o más hijos. Algo similar se hizo en San Vitero. Estas iniciativas suponen un aliciente para muchos ciudadanos que quieren escapar del ruido y el estrés de las grandes ciudades. Y Zamora, en este caso, tiene mucho terreno que ofrecer, muchas casas vacías, muchos pueblos abocados a la desaparición cuando fallezcan los pocos, y ancianos, habitantes que aún residen en ellos.

Por otro lado, el marco actual es más propicio que nunca para consolidar estas propuestas, pues la pandemia del coronavirus ha potenciado el éxodo urbano. Desde que el virus se convirtió en una amenaza y la casa en un refugio donde caminar sin mascarilla, la sociedad ha comenzado a valorar los beneficios de una vida rural, una vida más natural, menos contaminante, una vida sin prisas, donde criar a los hijos no sea una carrera de obstáculos.

Un plan para Zamora

Teniendo en cuenta la situación de emergencia que vive la provincia, sería imperativo poner en marcha un plan provincial que incentivara el regreso a los pueblos y la llegada de gente de otras comunidades. Las ideas expuestas arriba y vistas hasta ahora en otros territorios derrochan buenas intenciones, y, sin embargo, recurriendo al refranero popular, son “pan para hoy y hambre para mañana”. Incentivos, ayudas y subvenciones por un tiempo, ¿y luego qué?, ¿cómo subsistir?, ¿cómo competir?, ¿cómo seguir caminando solos? La repoblación requiere un plan integral (e integrador) en la que todos los actores implicados puedan beneficiarse de una economía modesta, pero suficientemente sostenible. En este sentido, el País Vasco, una de las regiones más prósperas del país, es un ejemplo en lo que a economía cooperativa se refiere.

Orexa, el pueblo más pequeño de Guipúzcoa, con 123 habitantes censados, se mantiene vivo y activo gracias a la economía social en la que participan, y de la que se benefician, casi todos los habitantes de la localidad. En 2007 el Ayuntamiento habilitó un bloque de doce viviendas y facilitó ayudas para quienes quisieran reformar los caseríos y convertirlos en casas particulares. Con esta iniciativa el pueblo ganó 80 habitantes. En 2014 el Consistorio puso en marcha el proyecto ‘Orexa bizirik’, por el que el Pleno del Ayuntamiento pasó a estar integrado por un notable número de vecinos (al menos uno por cada casa), de forma que la participación ciudadana fuera integral en su plan de implementación de nuevas tecnologías y energías renovables. Así las cosas, Orexa fue uno de los primeros pueblos de Guipúzcoa en instalar fibra óptica. En 2018, los vecinos convirtieron el bar en un establecimiento cooperativo donde vender sus productos y donde centralizar los servicios de ocio y hostelería. A día de hoy, su objetivo es seguir aumentando su población en un porcentaje de un 10% cada dos años.

Pues bien, basándome en proyectos como el de Orexa lanzo una idea para Zamora:

Se elige una localidad pequeña (llamémosla Pueblo X) con escasa población, no lejos de una carretera que comunique con la capital de la provincia y, por ende, con las vías del AVE, con Madrid. Una villa donde haya viviendas vacías, viejas casas de pueblo para reformar. Se destina un presupuesto —que puede provenir de los fondos europeos de recuperación, pues el Gobierno destinará 2.500 millones para el Reto Demográfico en áreas como la vivienda—, para reformarlas y acondicionarlas. Se incentiva a las familias para que vayan a vivir al Pueblo X; vivienda barata o incluso gratuita para familias con hijos —un llamamiento por medio de anuncios en los periódicos vallisoletanos, madrileños, españoles— y se ofrecen una serie de oficios a los que dedicarse de forma cooperativa. ¿Y qué tenemos nosotros? ¿Qué podemos ofrecer? Tenemos agricultura, claro, y cabezas de ganado, y también tenemos comercio. Así pues, se forma una cooperativa con un capital vecinal que, junto a ayudas y subvenciones, sirve para invertir en alimentación. Se producen lácteos y carne y embutidos y pan. También frutas y hortalizas. Más tarde, a través de las instituciones, aunque no solo, se alcanzan acuerdos con los comercios locales de la capital y de la provincia (o incluso de otras provincias); acuerdos comerciales que garanticen la distribución de esos productos (productos del Pueblo X). Obviamente, estos alimentos serán más caros que los que provienen de procesos industriales, pero me consta que, en una ciudad como Zamora, donde la vivienda es asequible y la calidad de vida alta, es mucha la gente que está dispuesta a pagar por la calidad, por carne de animales criados en libertad, con luz natural, sin hormonas que los engorden ni antibióticos que los transformen, sin virus ni enfermedades. Gente que quiere manzanas que sepan a manzanas y tomates que sepan a tomates; frutas con el mínimo posible de fertilizantes y pesticidas. Finalmente, parte de los ingresos provenientes de la venta de estos productos se invierte en la provisión de los habitantes del pueblo, canalizada a través de un bar-tienda de alimentación-estanco-papelería-museo-consultorio-parafarmacia; un mini centro comercial y social usado para el suministro y los servicios de salud y ocio.

Economía social

Puede que la economía social no sea la forma más rápida de generar riqueza, pero sí un modo de evitar la despoblación e incluso de hacer que ciertas zonas renazcan por medio de un modo de vida modesto y sostenible. Lo cual no resulta óbice para que otras empresas alimentarias de la provincia prosperen o se mantengan estables, ni tampoco para que otros modelos de emprendimiento se puedan poner en práctica.

Si el experimento del Pueblo X funciona, la idea se puede extrapolar a otras localidades y multiplicar exponencialmente el número de proyectos, repoblando poco a poco. Si no es así, nos quedamos igual de mal que estamos ahora mismo y esperamos, con los dedos cruzados, a que alguien venga al rescate con una economía dopada de subvenciones e incentivos interminables. Pero ¿por qué no intentarlo? ¿Acaso es mejor observar al moribundo sin hacer nada para salvarlo? Al fin y al cabo, no tenemos nada que perder, pues casi todo, mucho, una gran parte, está perdido ya entre la emigración, la pobreza y el ostracismo al que hemos sido condenados.