Ayer soñé que en mi pueblo se construía un aeropuerto en medio de la era para recibir las visitas de los cazadores a la zona, también de los gerentes de las Eléctricas cuando pongan todas las macrogranjas de hélices de más de 70 metros que han prometido instalar y por supuesto los distintos presidentes y variadas personalidades del espectro institucional. Como los aeropuertos no vienen solos, en los cajones secretos del ayuntamiento se ha guardado el proyecto que salvará al pueblo de su insidiosa despoblación y vaciamiento: 150 chalets de lujo con la idea de atraer a quienes suspiran por una vía de escape en caso de que vuelva otro coronavirus u otra cosa peor. Los pueblos que se mueren hoy son los búnkeres de un mañana esperanzador. Y como las viviendas sin servicios no son viviendas, ya se piensa en cementar nuevas calles de acceso, o incluso alquitranar, para crear una red urbana semejante al extrarradio de una gran ciudad, pero con cierto toque de rural, no vaya a ser que los visitantes al final se confundan y piensen que no han salido de su lugar de origen.

Las eras donde antiguamente se ponían los mederos y las medas estaban abandonadas y qué mejor uso que un aeropuerto. Yo estaba feliz en el sueño porque se me revalorizaban un par de fincas que tengo lindando por allí, y ya me veía viviendo de las rentas. Esta es la fantasía de cualquier urbanita con raíces campestres pero formado en el duro pelear del día a día dentro de una ciudad. Pero no, desperté temprano, me fui a pasear y lo único que me encontré fue cementada una pequeña parte de la era, nada, algo ridículo, apenas unos cientos de metros para que los camiones que cargan la madera de los pinos comunales puedan poner en funcionamiento la báscula, que es como la máquina del tio Gilito para muchos consistorios donde hay plantaciones de pinos. Entre lo que sacan de las cortas, la contribución, la pasta que dejan los embalses y ahora las eólicas y más tarde las solares, y quién sabe si una mina también, pues los terrenos son ricos en todo tipo de valiosos minerales, se comprende perfectamente que se quiera cementar hasta el rincón más rústico para que no se pierda por las calles ni un solo céntimo.

Y es que el cemento es una gran cosa, no evita que desaparezca el centro de atención médica, como antes no evitó que se cerraran las escuelas o las vías de tren convencionales y como seguramente no evitará que quiten el autobús y tantos otros servicios, como tampoco parece dispuesto a ser la materia prima que facilite una necesaria ayuda a domicilio con fondos municipales para que los más mayores no tengan que ser llevados a la Residencia, si no quieren; pero eso sí, es muy limpio: puedes pasear sin mancharte los zapatos de barro y no hace falta quitarse los zapatos al entrar en tu domicilio.

El cemento en los pueblos, como digo, es una gran cosa, con él ya no hace falta echar glisofato, ese maldito herbicida cancerígeno tan usado hasta hace poco, con él la naturaleza se sentía controlada, y la inteligencia, y hasta el sentido común

El cemento es práctico y además queda bonito. Nadie puede decir, además, que no es algo duradero, consistente y por tanto buena inversión, sobre todo cuando se coloca encima de las viejas canalizaciones de agua y desagüe, porque romper el cemento, señoras y señores, es simplemente divertido.

Yo sugeriría ir más lejos: crear un puesto de trabajo de guardián o guardiana del cemento. Tengo, por cierto, una novia de un amigo que sabe mucho de esto porque es ayudante de dentista y le hace los empastes a su jefa. Pero claro, esto sería nepotismo. Ah, perdón, que no soy alcalde.

El cemento en los pueblos, como digo, es una gran cosa, con él ya no hace falta echar glisofato, ese maldito herbicida cancerígeno tan usado hasta hace poco, con él la naturaleza se sentía controlada, y la inteligencia, y hasta el sentido común. Ah, que se sigue echando. ¿También encima del cemento?

Cementar y asfaltar es humanizar los pueblos, salvarlos de los impulsos salvajes, entre los que se incluyen la corta de todos los árboles que se sitúen a menos de 20 metros del cemento, no vayan a caer con un temporal y estropearlo. Así pues, bienvenido el cemento, los aeropuertos y las urbanizaciones para urbanitas, y que desaparezcan las tradicionales eras de un plumazo, total, lo único para lo que servían era para que jugaran allí los niños en verano.

Solo le veo un pequeño problema al cemento: que refleja los rayos del sol y es cómplice de la crisis climática que padecemos. Desde luego, la fotosíntesis no la hace igual que la hierba, maldita sea, espero que esto lo solucionen pronto con la invención de un nuevo glisofato. Ah, y lo del guapismo, sí, lo del guapismo. Porque la rudimentaria arquitectura rural está desapareciendo, y aunque es fea es una pena que se destruya, por su valor etnográfico. También las paredes que separaban las cortinas, sustituidas por bloques de bonito cemento, también la hierba de los atrios de las iglesias para que entren los automóviles religiosos, también cualquier estigma de naturaleza en las fuentes, también esos arroyos que antes pasaban por mitad del pueblo pero que como no llevan agua mejor cementarlos, también los pozos, los patios interiores y los carriles para bicicleta para que la gente recién emigrada desde las ciudades no crea que está en África. Ah, y también las pistas que van a la montaña, al lugar donde pondrán las eólicas sobre enormes basamentas de cemento.