Lo llaman lenguaje inclusivo y cuídese aquel que no cumpla con las normas de la nueva gramática ideológica -por lo tanto parcial- que se convierte en intento germinal de “neolengua” al más puro estilo orwelliano. Siempre aconsejo leer “1984” de Orwell, de plena actualidad en esta nueva era. Nunca como ahora, salvo en los años de eclosión del comunismo, el nazismo y el fascismo, se ha dado tanta importancia y sesgo ideológico consciente al lenguaje. Nunca se ha tratado de imponer a todos con tanta artillería pesada y, de momento, con tanto éxito, una transformación artificial del lenguaje tan alejada de la forma en la que a lo largo de los siglos va sedimentando, desarrollándose y evolucionando el habla de pueblos y naciones.

En estos días lo ha vuelto a poner en evidencia una de las ministras elevadas del suelo de la ignorancia a la azotea de la estulticia, por mucho título universitario que atesore -“quod natura non dat, Salmantica non praestat”, recuerda el lema de nuestra Universidad. Lo que la naturaleza no da, la universidad no lo presta-. Sustituir el genérico correcto de nuestro idioma de hijos por el absurdo, reiterativo y superfluo de hijos, hijas e hijes, era algo solo de humoristas hasta que toma naturaleza ministerial. No es solo ella. Aunque nadie en el uso cotidiano reitera el mismo sustantivo en masculino y femenino, raro es el político (o política) que no cae ya en esa forma de marcarse como más digno que quienes lo (o la) escuchamos.

Abierta la batalla entre la razón y la invención, entre el lenguaje conformado por el pueblo y el laboratorio de las elites ideológicas, entre la humildad y la soberbia, la onda expansiva se extiende con rapidez a otros ámbitos. Una entidad tan importante y española por penetración de mercado como La Caixa, que acaba de absorber a Bankia, invita en su web a elegir entre CAT y CAS, como idioma, simplemente porque en su Cataluña natal se rechaza el ES de español que es aquí y en el mundo entero el nombre oficial de nuestro idioma. En el mismo sentido, en Cataluña, País Vasco y cada vez más Galicia, no se habla de España sino del “Estado”, obviando que lo uno es pueblo, nación, y lo otro simplemente superestructura (en términos marxistas, aunque los neomarxistas lo ignoren). A London lo llamamos Londres pero a Lérida, Lleida y a La Coruña, A Coruña. Y los sometidos a una (única) superestructura llamada Castilla y León, no nos llamamos castellanoleoneses como marcan las normas de nuestro idioma sino “castellanos y leoneses” porque así lo aprobaron con no menos tontería que la de la ministra de las azoteas, los políticos de las Cortes de Castilla y León.

En todos los sitios cuecen habas y a veces a calderadas. Y si te vas de la olla te miran con desprecio, te marcan como reaccionario y te excluyen del rebaño, no sea que el sentido común vaya a mantenerse y contamine a los votantes que es el nuevo término con el que definir, que no denominar, a los ciudadanos (y ciudadanas y ciudadanes).

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