Cuando hablamos de libros da la impresión de que están aquí desde siempre. Conocemos la existencia anterior de pergaminos y rollos de papiro pero tenemos, la gran mayoría, una idea remota de la cuna del libro y de su largo pasado previo a la imprenta. Hoy, una mujer nos ha escrito la historia de la escritura desde los primeros intentos de caligrafiar el pensamiento, el habla, la vida, las emociones, el mundo conocido y por descubrir, o sea, el infinito, “El infinito en un junco”

El libro es el mayor hallazgo de la humanidad, la palanca que lanzó a la divulgación los demás inventos. Irene Vallejo se propone contarnos el camino abrupto de lo que nos ha traído a donde estamos. La joven filóloga hace honor a su doctorado y con erudición y amenidad (difícil combinación, a priori) nos cuenta lo mucho que sabe de ello, de letras y bibliotecas, de libros y libreros, de autoras pioneras en el arte escribir desde la antigüedad. El título ya es un acierto. “El infinito en un junco” se refiere a la planta con la que se hizo el primer soporte ligero de las letras: el papiro, fabricado con una especie de junco que en Egipto, pero no solo allí, se daba con abundancia en lagunas formadas por las crecidas del Nilo. Antes, en Sumer, las primeras y escasísimas bibliotecas, estaban formadas por libros que eran tablillas de barro con incisiones de la llamada escritura cuneiforme.

En Siracusa conservan un estanque de esta planta, única en Europa, como recuerdo del cultivo que los griegos llevaron cuando dominaban la isla con el sur de Italia y llamaban a dicho espacio colonial la Magna Grecia, la gran Grecia; significativa denominación que revela la prosperidad en todos los aspectos logrado por los helenos.

Cuando los griegos se afanaban allí por trabajar tanto las armas como las letras, sus vecinos romanos eran parvulitos al lado de genios que la habitaron como Arquímedes o Platón. Más preocupada por avanzar en las conquistas que en la filosofía, la literatura o el arte, sin embargo cuando Roma anexiona dicho espacio y luego conquista Grecia no tiene inconveniente en reconocer y aprovechar la superioridad intelectual de los vencidos y dejarse instruir por quienes en la práctica eran esclavos.

Al respecto nos cuenta Irene Vallejo la anécdota ocurrida en el Senado cuando se recibe a una legación griega y sus señorías fueron capaces de escuchar sin traducción, lo cual indica el prestigio que la lengua de Homero había adquirido entre los “bárbaros” romanos vencedores.

Todo ello indica que la pasión por los libros y la cultura había cruzado el charco, desde Alejandría, para circular legal e ilegalmente por ese mar que los romanos llamaban suyo, pues el libro era artículo de lujo con el que se traficaba, como también cuenta la autora que hacía el bibliotecario de Cicerón.

Un niño con sus primeros libros A. A.

La escritora hace repetidos saltos en el tiempo conectando librerías de la antigüedad con las del presente, pasiones lectoras de antaño y hogaño, duelos y quebrantos de la historia del libro desde la antigüedad, pero se echa de menos la mención siquiera a la labor de los copistas de los monasterios (Beato de Tábara) gracias a los cuales, en buena parte, nos ha llegado la cultura clásica. Tampoco nombra (en un libro de libros) a Gutemberg, ni a Diderot y su famosa enciclopedia, siendo así, como decíamos, que la autora hace frecuentes saltos en el tiempo pero extrañamente nunca posa pie en los hitos anteriormente señalados.

En mi infancia rural todos los patrones de la escasez se cumplían, incluída la de libros y bibliotecas. Cuando un profesor tuvo la iniciativa de organizar un circuito de libros del tamaño de la palma de la mano, con ejemplares de la colección “ardilla”, a cambio del módico precio de una peseta al mes, hubo quien no pudiendo aportar la exigua cuota, entraba en el aula al acabar la clase, sustraía un ejemplar y lo leía tumbado en el suelo, ocultándose bajo un banco.

Yo presté varios ejemplares que no tuvieron retorno y pronto supe lo de “presta un libro y pierde un amigo”. Aunque no deja de ser exagerado como muchos refranes.

Tengo amigos, pero más libros que amigos, como es lógico, tantos que a veces he tenido que rescindir mi amistad con los de papel entregándolos a la inclusa de la biblioteca pública o al orfanato de la librería de viejo, aguardando allí, si es que llega, una piadosa adopción.

Los libros son hoy todavía importantes, digo todavía porque no tengo muy claro el porvenir de lo que entendemos por libro. Nuevos soportes y formatos van reduciendo la masa muscular de ese gigante que ha llevado a hombros a la humanidad durante milenios, porque el aprendizaje rápido, interesado, y manipulado, intenta sustituir con miles de recursos la lectura extensa y el pausado alimento que es el libro como dieta intelectual básica.

Y hoy sabemos también que la piratería intelectual está tan fresca como en Roma o Egipto, avanzado este último de tantas cosas pero pionero también de la manipulación y falsificación de batallas perdidas y convertidas en éxito por faraones tan mediáticos que nos ha llegado hasta hoy su mensaje maquillado.

Por eso es tan importante leer, para aprender y contrastar, juzgar con rectitud, pensar con objetividad y tener a mano diversas fuentes, no solo las que destacan, resúmen y facilitan los grandes grupos de la información .

También hay libros contaminados que apestan, los menos, en el mismo anaquel quizá, donde otros perfuman la sala con versos fragantes o historias donde todo se cuenta para deleite de insaciables mentes lectoras. Pienso ahora en El Quijote, al que, como decía, le empiezan a sobrar páginas, (para muchos) en la era del “fast food” para la mente.

Evitando que esto no ocurra empecemos por “enviciar” a nuestros hijos y nietos, con la lectura de textos tan breves como golosos: Los cuentos de Gianni Rodari, los de Rohal Dhal. La poesía de Gloria Fuertes. Las historias del pequeño Nicolás, las de Alicia en el País de las Maravillas, de “Celia” en nuestro país, El principito. Los Batautos. Harry Potter, Las aventuras de la mano negra, de Huckleberry Finn, La historia interminable… Sin olvidarnos de los cómics: Mortadelo, Asterix o las Aventuras de Tintín, etc.

Leer es una entretenida aventura. Eso garantizado. Y una lámpara autorrecargable de luz cada día más barata y con buena relación calidad-precio.

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