La historia recoge las noticias de unos determinados momentos, pero vistos con perspectiva, o sea, unos años, o unos siglos después de que se hayan producido. De manera que la historia gozará de mayor credibilidad que la que en su día gozara la noticia, porque esta última nunca llega incólume hasta el tiempo presente, especialmente si las aguas han podido retornar a su cauce. Cuando la noticia se transforma en historia es más fácil poder valorarla y aproximarse a su verdadera dimensión. En cualquier caso, siempre quedará la duda de si el historiador ha sido objetivo, o subvencionado para contar las cosas de determinada manera.

Ahora, al disponer de la herramienta que ofrece Internet, resulta fácil encontrar información sobre múltiples temas, ya sean del presente o del pasado, lo que nos puede llevar a pensar que con saber manejarnos un poco estaremos en disposición de saber mucho de cualquier asunto. Pero la realidad no es exactamente así, pues es tanta la información que anda por ahí danzando que resulta difícil saber si habremos sabido elegir con acierto la fuente. Cierto es que Internet requiere poco esfuerzo para ofrecer documentación, y eso es de agradecer, pero debería quedarnos la duda de si habremos acertado. Desafortunadamente, casi siempre solemos llegar a la conclusión que lo que hemos encontrado es algo parecido a un dogma de fe.

Pero, lo cierto es que, si quisiéramos enterarnos de los misterios del erotismo, por poner por caso, no sería lo mismo servirnos del “Decamerón” de Boccaccio, que nos describe el comportamiento de la burguesía florentina del S. XIV, que ojear un “Liv” o un “Macho” (Revistas tirando a cutre, que se vendían como rosquillas en la época de la transición democrática). Tampoco nos llegarían los mismos inputs de pícaros, golfos y sinvergüenzas, si diéramos por bueno lo que se dice en el “Guzmán de Alfarache” o en “El buscón” de Quevedo, que siguiendo las instrucciones y sentencias de los tribunales de justicia actuales, en especial las relacionadas con la corrupción política, aunque, en el fondo vengan a ser algo parecido. Me viene a la memoria aquella cofradía del “Monipodio”, consentida por una sociedad corrompida, donde se enseñaba el “oficio” a delincuentes, golfos, ladrones y gente de mal vivir de aquella época, que, tras examen, habían ingresado en dicha asociación; como fue el caso de Rinconete y Cortadillo, aquellos muchachos cuya vida, contara Cervantes en un delicioso libro escrito en el S. XVII.

No estoy nada seguro de que la proliferación de información esté haciendo que nuestros jóvenes hayan profundizado más en los conocimientos que sus equivalentes de generaciones

No estoy nada seguro de que la proliferación de información esté haciendo que nuestros jóvenes hayan profundizado más en los conocimientos que sus equivalentes de generaciones anteriores. Ni que se le queden más cosas prendidas al hipocampo de su cerebro, para que puedan usarlas llegado el momento.

Ni tanto, ni tan poco, como ocurría en épocas pasadas, cuando, en Zamora, los adolescentes tenían que recurrir a leer novelas picarescas, o libros de caballerías, o biografías de determinados personajes de la historia, para enterarse de los misterios de la vida. Libros que solo existían en la biblioteca pública (Junto al Teatro Principal) gestionada por Doña Ursicina. Allí se encontraban guardados libros de amoríos cortesanos y otros tipos de relaciones menos sugestivas. Los había muy antiguos, algunos de mucho valor, y que, a pesar del oscurantismo de la época, en la que casi todo estaba prohibido, nadie había osado esconderlos, y que, por suerte o por desgracia, era poca la gente que se interesaba por ellos.

Eso permitía enterarse que Napoleón Bonaparte había tenido tres esposas (Aunque en el libro de Historia solo mencionara a Josefina) así como también múltiples amantes, como es el caso de Elisabeth de Vaudey, que la alternó con Josefina, según soplara el viento. Pero lo que más impactaba era comprobar que el hombre más poderoso de su época, al que nunca le faltó esposa o amante, era un incompetente en los menesteres de la cama y que, por eso, iba a tomar las aguas a un determinado pueblo, con la esperanza que algún día se le despertara la lívido.

Volviendo a lo que decía al principio. Ahora es posible enterarse de la existencia de un camaleónico actor, llamado Toni Cantó. Un artista en mantener cargos en la política (Va por la cuarta mutación) Una verdadera estrella que hoy puede interpretar a Hamlet y mañana al asesino de su padre, el malvado Claudio, amante de su madre. Si intentáramos analizar esta noticia con visión histórica (como si la estuviéramos viendo dentro de diez o veinte años, pongamos por caso) observaríamos que, con un mínimo decorado, el señor Cantó había sido capaz de representar a personajes multivariados en monólogos contradictorios, sin que se le llegaran a saltar los colores. Así veríamos que un día, con infinita locuacidad, había afirmado que el PP era “una máquina de corrupción masiva” y al día siguiente no le habían dolido prendas en caer rendido en los brazos de ese partido, con igual apasionamiento que el amante de Lady Chatterley. Y eso sin haber dado síntomas de arrepentimiento por haber pronunciado aquella frase tan descalificadora. Puede que nunca se diera cuenta que es misión imposible la de mejorar el propio prestigio sacándolo del desprestigio ajeno. De ahí, que el mencionado actor iría repitiendo esas cosas, y otras parecidas, con voz cada vez más baja, hasta que la gente dejara de escucharlo.