“El amor se compone de una sola alma que habita en dos cuerpos”, decía Aristóteles, y con esta contradictoria visión del amor, al mismo tiempo altruista y egocéntrica, hemos madurado como civilización a lo largo de los siglos, asimilando en nuestro inconsciente colectivo la idea de que no hay otra manera de vivir el amor que mediante la unión, la integración de un ser en otro, y el otro en uno, para absorber a quien amamos y diluirnos en quien nos ama. Esto es, si quieres amar, posee y déjate poseer.

Sin embargo, la experiencia nos dice que en pocas ocasiones se da una relación de fuerzas que permita que el producto resultante del amor sea una suma a partes iguales de los dos amantes. Operación que se complica cuando no solo existen dos sino varios cuerpos aspirantes a formar parte del alma unitaria y sublime. A lo que habría que añadir también los abundantes ejemplos de amor ciego en el que la entrega se realiza sin pleno conocimiento, o de amor interesado cuando se simula un sentimiento que no existe, o de amor imposible en los casos que la unión acontece exclusivamente en sueños.

En mi caso, he de confesar que prefiero vivir sin amor, al menos sin ese amor aristotélico tan exigente con los demás y con uno mismo, porque he comprobado que así, desposeído y sin posesiones en lo que al amor se refiere, también se puede ser feliz. Y que nadie trate de convencerme de que relea El arte de amar de Eric Froom, porque cuando digo que no, es que no.

No tengo amor pero tengo un pequeño trozo de bosque. El bosque no suple la carencia de amor pero me ayuda en los momentos de soledad, tanto si es deseada como si no. Heredé ese lugar lleno de árboles así que es mío, aunque en realidad no es mío. Me explicaré: yo cuido del bosque, vigilo que no enferme y que no sea víctima de ningún incendio, pero por lo demás lo tengo completamente abandonado, no lo he cercado, no me aprovecho de su leña, tampoco de sus frutos, y permito que él siga su curso vital con plena libertad. Es mío porque así aparece en catastro pero realmente el bosque es del bosque y de nadie más.

En pocas ocasiones se da una relación de fuerzas que permita que el producto resultante del amor sea una suma a partes iguales de los dos amantes

Cuando yo muera, he dejado escrito que la parcela siga tan abandonada como siempre, y aunque no tengo claro que esto tenga algún sentido pasadas las generaciones, por lo menos me quedo tranquilo. Y es que realmente quiero a ese bosque como a un hijo, lo quiero como a un hijo porque lo único que deseo es que tenga una larga vida siendo lo que es, sin perniciosas proyecciones. Lo quiero como a un hijo, y a veces también como a un padre, porque él me enseña a resistir, me da ánimos cuando más lo necesito y me acoge en su seno siempre, pase lo que pase.

En realidad, me digo, quizá para animarme, no tengo amor pero en cambio tengo mucho amor, de ese otro amor que se siente con tanta intensidad como el primero pero que nace del desprendimiento, de la más sincera querencia por el bienestar y la libertad de lo que amamos. Al menos en lo que se refiere a ese pequeño trozo de bosque.

Uno y otro amor son palabras homógrafas, se pronuncian y se escriben de la misma manera, aunque su significado tenga poco que ver. Hay un amor que nace para la unión de los seres y otro amor para el respeto entre ellos. En el primero manda la gravedad, en el segundo la conciencia.

También desde un punto de vista económico ambos son radicalmente distintos, tanto que no es de extrañar que el amor sea el latir del consumismo que nos lleva a formar parte del alma global que con tanta vehemencia se dispensa en todas partes, y el amor una barrera, una adversidad plagada de interrogantes para la producción de impulsos. Adquirimos cosas para querer y sentirnos queridos, pero también las abandonamos a su libre albedrío cuando las queremos. Solo una cualidad parece ser común a uno y otro amor: ambos son igual de fungibles.

De esta segunda manera de amar, lo confieso, soy cada vez más adicto. Tanto que en los días de ociosidad pospandémica no sueño con otra cosa que diseminar mi apasionado deseo.

Mensajes de amor listos para tirar al mar.