Hay obras que se retrasan porque son mentira desde el principio. Porque se anuncian en campaña electoral para captar votos sabiendo que no hay probabilidad de llevarlas a cabo. Acaban donde habita el olvido, hasta que reviven en las campañas electorales como armas arrojadizas. Eso ha pasado con la vuelta de Aznar a Benavente en el tren Ruta de la Plata que sigue cerrada; o con la instalación de la multinacional Softec en Zamora que prometió Zapatero y nunca apareció ni por asomo. Y todavía sangrando por la herida, la autovía a Portugal que los presidentes de España del PP y del PSOE han empezado a construir tantas veces mientras sigue la N-122 cobrándose víctimas de tráfico entre los alistanos que vienen a ponerse la vacuna o al médico a Zamora porque en los pueblos no se abren los Consultorios.

Hay obras que se retrasan porque no hay dinero para ellas. Porque todo el mundo coincide en que son prioritarias y responden a un proyecto estratégico muy interesante para solucionar problemas endémicos como la despoblación. Porque se defienden a izquierda y derecha, en las cúpulas de arriba de todas las administraciones, pero ninguna baja a pie de terreno con unos ochenta o cien millones para construir las infraestructuras que alberguen a unos dos mil militares en Monte la Reina y a sus familias. Podríamos citar muchísimas más, pero ésta es un ejemplo de colaboración institucional, de todos juntos y en unión, pero todos con los bolsillos vacíos. Es el caso típico de quién le pone el millonario cascabel al gato.

Hay obras que se retrasan por el cumplimiento de la legalidad. Un claro ejemplo son las que requieren estudios medioambientales y patrimoniales, además de los numerosos trámites habituales que garantizan su legalidad. Los afectados por estas obras suelen poner el grito en el cielo y con razón: si son particulares porque están arriesgando su dinero y el tiempo que permanecen paradas supone un mayor coste; si son obras públicas, porque su retraso provoca malestar entre los ciudadanos. Esos mismos particulares y ciudadanos que protestarían si la obra se hiciera sin garantías, perjudicando al medio ambiente o arrasando el patrimonio histórico y artístico. Los mismos u otros según los casos, pero quienes deben saber que la legalidad y hasta la democracia son más lentas que el ordeno y mando y el dedo. Un ejemplo de retraso por estas causas lo tenemos en la ampliación del actual ayuntamiento de la Plaza Mayor donde un tramo de la muralla enterrada debe ser conservado como determina la comisión de patrimonio y eso obliga a rehacer el proyecto. La historia patrimonial y medioambiental de la ciudad bien merece algún retraso.

Hay obras que se retrasan por la burocracia. Por los engorrosos trámites para cumplir la legalidad, y a veces los deficientes medios para hacerlo. También afecta a obras públicas y a obras de particulares que se enfrentan a la ventanilla del “vuelva usted de mañana” de Larra en el siglo XIX, o al cuelgue del ordenador de la administración electrónica sin suficiente cobertura de internet en el siglo XXI. Generalmente se achaca el problema a la propia institución y a sus empleados, sin tener en cuenta que los trabajadores públicos cargan con años de recortes de personal y que hacer más con menos es difícil. También a veces son los ciudadanos quienes presentan el papeleo incompleto o con fallos en los proyectos de los profesionales. En el ayuntamiento ha pasado con el parque de Bomberos, por ejemplo. Pero quien no se equivoca es el que no hace nada.

Hay obras que se van a hacer porque no son mentira, porque hay dinero, porque son legales y porque se va a hacer el trabajo ¡Que la suerte acompañe a las buenas empresas y a la buena gente de la ciudad!

Hay obras que se retrasan por imprevistos. Algunos de buena suerte como encontrarnos restos arqueológicos en el subsuelo que, aunque retrasen o impidan la obra al menos se compensa con los hallazgos. Y otras veces es sólo mala suerte, como encontrarse restos del contaminante y nocivo amianto que hay que tratar, como decían que había en el Banco de España.

Hay obras que se retrasan porque las empresas no pueden acabarlas. Es el caso de las quiebras que en la obra del Matadero de San Lázaro sufrieron las empresas que también lloran como los ricos. Tanto en el sector público como en el privado –se me viene a la cabeza el edificio completo de viviendas en Cardenal Cisneros sin habitar- las empresas sufren las crisis económicas generales. A veces el vandalismo remata los retrasos.

Hay obras que se retrasan por corrupción. Porque a veces las obras se adjudican con el recargo de los sobres para los que toman la decisión. O se hacen bajas exageradas para acabar con la competencia porque se sabe que se conceden modificados sin justificar. Eso encarece la obra y rebaja la democracia, pero agiliza los procedimientos y la eficacia. Sólo provoca retrasos cuando se descubre la corrupción e interviene la justicia. Las obras del Caso Zamora fueron paradigma por estas tierras de ese sistema de adjudicación tan ágil y directo. En el ayuntamiento también fue rapidísima la adjudicación del nuevo edificio municipal que costó cinco millones y no se hizo. Eso sí que es retraso.

Hay obras que se retrasan porque convergen varias razones de las expuestas. Algo así ha pasado con la del Banco de España para sede de la policía municipal, que ya vino impuesta por el gobierno anterior con su “regalito” de pago de alquiler por parte del pequeño ayuntamiento zamorano al gran Gobierno de España del PP entonces, y que después ha sufrido intentos de modificados por amianto que no había, renuncias a realizarla y parones de hecho durante largos periodos de tiempo como forma de presionar para aumentar el coste. Actuar con garantías legales para reanudar las obras la ha retrasado.

Pero por fin la vezada oposición de derechas ha conseguido que se encuentre la verdadera razón del retraso de las obras: hay obras que se retrasan porque el alcalde es un vago y porque solo trabaja a media jornada y las obras quedan a medias (y lo dice quien en la Diputación dejó sin invertir más de cincuenta millones por retrasos en la ejecución de las obras).Y sobre todo porque lo barato sale caro; no como el edificio municipal fantasma.

Hay obras que se van a hacer porque no son mentira, porque hay dinero, porque son legales y porque se va a hacer el trabajo ¡Que la suerte acompañe a las buenas empresas y a la buena gente de la ciudad!