Es posible que, en la calle, veamos solo lo que queremos ver. Cuando piensas en rizarte el pelo, no dejas de ver a chicas con el pelo así. Cuando tienes un retraso, no dejas de encontrarte a mujeres embarazadas. Si te acabas de separar, las parejas se besan en la calle.

Si hay algo de lo que siempre he estado segura es de mi heterosexualidad, pero eso no me lleva a cerrar los ojos, y no veo más que mujeres. Y ellas a mí. Mujeres de todas las edades, de noche, todavía más. Quizás porque se hagan notar. Quizás porque muchas sean sobresalientes. En el día a día o cuando se pintan los ojos y los labios con intención. A lo mejor simplemente es una cuestión demográfica. Lo ignoro.

A mi alrededor, pocas, pero todas dignas de mención. Todas con un considerable dolor de cabeza provocado por la incomprensión de lo que nos toca vivir, por el cursillo acelerado de adaptación a las costumbres diarias. Algunas administrando dudas mientras crían a hijos y maridos, otras, en un continuo baile de la yenka, luchan en otros frentes. Con cara de sorpresa y las ganas sin colocar. Con el pie cambiado.

Entre ellas, nosotras, la sensación de que en parte movemos el mundo. Da la sensación de que hemos aceptado todos esos nuevos roles que antes eran exclusivamente masculinos, pero sin abandonar los que eran femeninos. Se trabaja, pero no se pierde la feminidad. Se es madre, pero al mismo tiempo te labras un futuro profesional. Se es independiente, pero te encadenas en amores. No tienes tiempo, pero se lo debes a los demás, porque es un hábito, una costumbre. Tu familia, en la que naciste, tu familia, en la que nacen tus hijos… Antes de llegar a ese paisaje, buscas y te buscas. En la calle, en tu casa, en tu trabajo, en los ojos de los demás. Exceso de control y de deseos por cumplir. Todo ello en un campo de juego complicado, variable e incomprensible las más de las veces. Los que en teoría dan la réplica, se mueven muy rápido, o nada en absoluto, y una no sabe muy bien con qué intenciones, con el lenguaje cambiado y sin haber publicado un diccionario que nos aclare. Porque cuando se es tolerante, te preferirían intolerante y dictatorial, cuando se es celosa buscan a alguien abierto y comprensivo. Si escuchas, quizás no debieras. Si no lo haces, no te enterarás. Esquizofrenia al poder.

Madres que lo fueron sin libro de instrucciones ni influencers de la maternidad. De nuevo, encontraremos mujeres sobresalientes que desentonaron en la foto, que lograron que sus hijos e hijas creyeran en algo que ellas ni siquiera podían imaginar

Fin de semana. Sales de copas. Mujeres, solas o en grupos mixtos. Miran. Mucho. ¿Buscan? Se miden intenciones, se pregunta sin hablar, nos analizamos y nos escrutamos, con esa sensación de que lo que pasa o deja de pasar tiene como último resorte una mujer. O tú u otra. Más aún si hay un hombre de por medio. Cuando no tienes al hombre que deseas, siempre piensas que es porque hay otra mujer, porque le gusta otro tipo de mujer, porque le dejó huella otra mujer antes que tú. No pensamos en que simplemente él no está en nuestra onda y no lo queremos admitir. La culpa siempre lleva falda. En los bares, en la calle, las mujeres nos cruzamos miradas entre retadoras y seductoras. Una mirada de admiración masculina halaga. La de una mujer, satisface. Extraño juego de alianzas y contra alianzas que siempre nos acompaña.

Mientras miras hacia atrás, hacia delante. La vida de nuestras madres poco tienen que ver con las nuestras, al menos en mi caso, y, aun así, son siempre nuestra referencia. Por lo que compartimos, por aquello que no quisiéramos compartir jamás. Capítulos con los mismos títulos – maternidad, relaciones, trabajo – pero con tramas bien diferentes. Del final, hablaremos en su día.

Madres que lo fueron sin libro de instrucciones ni influencers de la maternidad. De nuevo, encontraremos mujeres sobresalientes que desentonaron en la foto, que lograron que sus hijos e hijas creyeran en algo que ellas ni siquiera podían imaginar. Hablo de esas mujeres que dieron voz a sus propios cuentos con héroes a la medida del auditorio, mujeres al cargo de nuestra educación sentimental. La de ellas y la de ellos. Sin experiencia ni apenas herramientas lo hicieron lo mejor que pudieron, en su mayoría de forma inconsciente, poniendo en el asador sus tripas y su corazón, sin más premeditación que la de saltar obstáculos según se fueran presentando. También encontramos aquellas que transmitieron sin filtro ni pudor sus frustraciones y rincones más oscuros y así, una vez más, comprobamos que siempre acabamos encontrando una mujer detrás. Detrás de nuestro ingenio, de nuestro imaginario, de nuestra alegría o de nuestra desdicha. Como estaremos nosotras detrás del imaginario de las que nos sucederán, nuestras hijas o las hijas de otras. Responsabilidad a la que nos debemos sin duda alguna. Ese hilo conector que tenemos que cuidar, porque cuando se descuida, los errores del pasado vuelven reforzados, disfrazados de cualquier monstruo que nos haría viajar a tiempos mucho más oscuros. No bajemos la guardia y creemos buenas historias para las que vendrán. Para los que vendrán.