No a los disturbios que han colocado a España en el ojo del huracán y no, rotundo, categórico, a quienes han alentado las protestas por un indeseable como el rapero en cuestión, que de rapero tiene lo que yo de cura. En ese rosario de noes, incluyo la violencia, verbal y física, la criminalización contra la Policía Nacional. Si no fuera por ellos, aviados íbamos. No hablo de miedo a la autoridad, hablo del debido respeto que merecen los agentes y que estos indeseables se pasan por el forro de sus pantalones.

Me uno a Jupol, a SUP y a todos los sindicatos policiales que han reaccionado en bloque contra el vergonzoso tuit que el portavoz parlamentario de Unidas Podemos, Pablo Echenique, colgó en plena efervescencia de las protestas por el encarcelamiento de un tío al que no se le conoce nada de provecho. Sabemos que Echenique no tiene vergüenza porque, de otra forma, habría presentado su dimisión inmediata. Pero es más cómodo contar las veinticuatro horas del día con protección policial. Con la protección de los mismos agentes a los que ridiculiza, a los que demoniza, a los que convierte en carne de cañón y contra los que echa a la manada de indocumentados y violentos para que les hagan frente, en vista de que nada puede ocurrirles. Están protegidos por San Pablo Iglesias y quien a él se encomiende nada le puede pasar.

Yo, del señor Guarido, miraría con lupa cualquier posibilidad de perder la personalidad que proporciona a su grupo las siglas de IU, la Izquierda Unida de Guarido que no se ha doblegado, ni se ha vendido, antes que tratar de sumar con esta gente que nada aporta. Es doloroso que Iglesias tampoco se pronuncie. Otro que debe la tranquilidad de su hogar a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado hacia los que no ha mostrado ni una pizca de empatía aunque hubiera sido cara a la galería.

Se puede detener a un ciudadano paseando por las inmediaciones del casoplón del tándem Iglesias-Montero, con una bandera de España y condenarle incluso a cárcel, pero no se puede hacer nada contra los que todo lo destrozan, rapiñan, usurpan y saquean en sus manifestaciones callejeras, dejando a la altura del betún a los suevos, los vándalos y los alanos, mal llamados bárbaros. Aquí los únicos que hacen de la barbarie su distracción favorita son esos que siguen en pie de guerra, alentados por Echenique.

Los madrileños de bien, la mayoría, no van a perdonar fácilmente lo ocurrido. Ni silencio cómplice, ni pasividad. Legitimar este tipo de protestas, es atentar contra el orden democrático.