A pesar de la pandemia, también hay “días azules y sol de infancia”, como escribió don Antonio Machado en sus postreros días de vida en Colliure, exiliado, deprimido y echando de menos los cielos diáfanos de su tierra. Uno pasea, como el poeta, buscando la fugaz solana que se cuela por las nubes dueñas del invierno. Voy por el Cantón grande de La Coruña donde las aceras y la luz se ensanchan. Me paro a escuchar a músicos que animan la calle con notas de trompeta o violín, de guitarra o flauta travesera. La mañana tiene ese plus musical que, con ratos de sol y aire calmo, suscribe los versos del poeta. También me detengo ante unas vitrinas donde se muestran, como reliquias malditas, piezas de cerámica y complementos destrozados de sanitarios públicos, de aseos que han sido objetivo de actos vandálicos. He de acercarme y fijarme bien para ver que no se trata de arte vanguardista o cosa parecida. Lo cierto es que las autoras de la exposición, encargadas por el ayuntamiento para dar visibilidad a dichos destrozos, han tenido la elegante idea de exponerlos con toque minimalista, pero convincente, de lamento y llamada de atención. Si no leyera los carteles que sobresalen de las vitrinas, para informarnos del gasto que a las arcas municipales suponen dichos destrozos, pensaría que estoy ante una de esas propuestas provocadoras que han tenido pedestal en museos, al estilo de las “heces enlatadas” de Piero Manzoni. Sin embargo el primero que se apropió de un sanitario como obra de arte fue Duchamp hace más de un siglo, exponiendolo con el título de “fuente” (en realidad un vulgar urinario de pared) haciendo así, además de vanguardia salvaje, vocablo equívoco (metáfora maloliente) y reuniendo en la cartela de la obra expuesta todos los ismos por los que el artista pasó: desde el fauvismo, al dadaísmo o surrealismo, y abriendo la puerta al arte conceptual que tanto ha dado de sí, deconstruyendo a su vez, conceptos artísticos establecidos.

Contemplen ustedes las fotos del paseo del Cantón y estarán conmigo que el acto incivil casi se ha convertido en acción cultural por el mero hecho de mostrarlo con finura, con pocos restos de los muchos que amontona la barbarie de los negacionistas del bien público:de la letrina que es el aliviadero primario de toda peste. Y he aquí los datos nada poéticos y menos artísticos: La dudosa ‘obra de arte’ de la barbarie que aquí se muestra en mosaico de fotos, (y otras similares), ha costado su reparación y limpieza decenas de miles de euros.

En Zamora también tenemos amarga experiencia de hechos parecidos. Menos mal que se contraataca con el muralismo urbano tan vistoso, artístico y dominante, para que en la ciudad no parezca que ganan los vándalos.

Podríamos decir que Duchamp entró con patada en la puerta a la escultura del siglo XX, como Picasso a la pintura y Joyce a la literatura. Para colmo, el artista que expuso esa ‘fuente’ que más bien es pozo, ese sanitario de galería, otrora receptor de orina, también estrenó el primer grafiti irreverente poniendo bigotes a una pintura de la Gioconda.

Pues ya ven: un inodoro grafiteado y golpeado con malas artes, un espejo roto o una gruesa cerradura forzada nos llevan a la primera década del siglo pasado, con Duchamp de la mano y la mano de obra bruta de los autores anónimos del Cantón.

Me había regalado el cielo un rato de mañana radiante y me lo encapota el grafiti salvaje, la patada en la puerta del retrete, la pedrada en el espejo. No alcanzo a entender qué culpa tiene el mobiliario público en las frustraciones de quienes pretenden desquitarse a base de violencia y barbarie. Puede que el juez Calatayud, experto en sentencias rehabilitadoras, o sea, “tú deshaces, tú lo enmiendas”, tenga la respuesta, o si acaso el remedio, en vez de que paguemos todos el inodoro de cerámica roto o el césped sembrado de heces caninas no enlatadas ni recogidas por sus legítimos con menos cerebro que el animalito que pasean sin control.

Vuelvo a casa. Entro al cuarto de baño. Lavo las manos en la pila de cerámica que por limpia no tiene nada de artística y me vienen a la memoria los lavabos pintados de Antonio López con ligera pátina de suciedad que da más relieve a la cerámica y más juego a la luz que entra por el ventanal. Aquí el pintor le ha enmendado la plana a Duchamp y a los bárbaros urbanos de hoy porque ha llevado a la galería de arte un cuarto de aseo no excesivamente limpio pero excelso en su pureza de formas, respetando hasta la pátina algo sucia del alicatado, con realismo pictórico ‘que no engaña’, y a mayores nos deleita.

La mañana se ha limpiado de nubes ella sola. Un sol benévolo y bendito nos ampara de lluvias feroces. Levanto persianas, corro cortinas para que la luz me dibuje en casa el paisaje que veo enmarcado en la ventana.

“Estos días azules y este sol de la infancia…”.