Ves el Duero ahora, engallado y altivo, a su paso por Zamora y te hierve la sangre. Y te preguntas: ¿Puede una provincia con tanta agua estar secándose? Y vas a documentarte sobre producción hidroeléctrica en España: Zamora y Salamanca, que comparten varias presas dentro de la misma cuenca, generan una media de 7.000 gigavatios hora (GWh), lo que supone más de un 17% de todo el monto nacional. ¿Y para qué les sirve? Si las dos están secándose al sol del invierno, que es como un somnífero aplicado a alguien que está intentando sobrevivir con un tratamiento de cuidados paliativos.

En este punto, alguien dirá, siempre hay alguien que salta: “Ya estamos con la monserga de todos los días, con el puro victimismo; si el agua es pública, no es de los zamoranos ni de los salmantinos, ¿de qué sirven las lamentaciones?”. Y la contestación se cae por su propio peso: también el sol es de todos y el mar y, sin embargo, las provincias que están en la costa se benefician de ello, con más turismo, con más servicios. Y hay regiones, como Cataluña y el País Vasco, que han hecho de sus singularidades envoltorio nacionalista y ahí están: llevándose el momio del Estado a base de chantaje democrático.

Ya sé, ya sé que las presas no son de Zamora, pero el agua sí, o al menos debería dejar beneficio. El Duero es el río más caudaloso de la península ibérica, ¿y qué? Si el momio de su bravura se va fuera de aquí, ¿de qué nos sirve? Si hasta pagamos parte del IVA eléctrico a quien nos está quitando el pan y la sal utilizando la injusta matemática del voto lastrado.

En esta comunidad autónoma tenemos agua, tenemos tierra, tenemos vegas feraces, ¿por qué no tenemos más regadíos? ¿Qué fue del proyecto de convertir Tierra de Campos en un oasis? ¡Qué corto, remedo de la nada, se quedó el programa para llevar agua a todo el valle del Tera! Vivimos rodeados de papeles ajados de lo que pudo ser y no ser. Políticos zamoranos, ¿qué fue del canon energético?

Pero, ojo, que el agua que hoy trae el Duero, engallado y altivo, por Zamora no es añeja ni huele a naftalina. Es presente y podría ser futuro si fuéramos capaces de llevarla a nuestra acequia. Ahí está y ahí estará eternamente, balando junto al farallón calizo.

Sobre los cantos rodados que empuja el Duero cabalgan las ilusiones de nuestros hijos, que buscan otros ríos y otras ciudades donde vivir. Agua que no has de beber...