La historia de la humanidad es un desplegable de éxitos y fracasos. Que la esperanza de vida se haya incrementado y ahora vivamos muchos más años que nunca, que la mortalidad infantil se haya reducido tan drásticamente, que hagamos frente a las pandemias con mayor rapidez que en el pasado, que las condiciones de trabajo sean, en líneas generales, mucho mejores que en otras épocas (sí, solo con pensar cómo trabajaban mis antepasados, casi me da un soponcio) o que disfrutemos de más recursos (agua, luz, saneamiento, telefonía) para llevar una vida decente son logros universales difícilmente rebatibles. Pero en la línea del tiempo también podemos encontrar una legión de fracasos personales y colectivos que dan pena: las guerras, el fanatismo, la intolerancia hacia los demás, los inquisidores, la esclavitud, la desigualdad en el acceso a los recursos, las servidumbres que muchas personas han tenido que pagar por conquistar la libertad y alcanzar las mismas cotas de calidad vida y bienestar que los demás, etc. ¿Les suena?

¿Y qué decir de nuestra propia historia personal? Si nos paramos a pensar unos minutos (aunque sea domingo, pensar está muy bien), resultará fácil elaborar una lista con los éxitos y fracasos que nos acompañan y que llevamos colgando a nuestras espaldas: desde las conquistas amorosas (al fin y al cabo, terminar con alguien a nuestro lado no deja de ser una pequeña conquista) hasta los éxitos laborales y profesionales, pasando por las condiciones de vida (casa, coche, patrimonio, etc.) que podamos estar disfrutando en la actualidad; pero, a renglón seguido, imagino que en su memoria aparecerán también un buen puñado de fracasos: desde las calabazas que pudimos obtener de aquella chica o chico que nos hacía tilín, las dificultades para acceder al mercado de trabajo, los inconvenientes para conseguir una vivienda, las discusiones familiares o vecinales, las expectativas y los sueños que no se han cumplido, etc., por no hablar del sufrimiento que provocan las enfermedades o las pérdidas y ausencias de los seres queridos.

Si los éxitos y fracasos son nuestro pan de cada día, no podemos olvidar, sin embargo, que hay éxitos o fracasos que no dependen tanto de nosotros, es decir, de nuestro esfuerzo o sacrificio personal sino de las circunstancias en las que nos haya tocado nacer y vivir. Porque claro, a estas alturas de la película, a nadie se le escapará que el futuro de cualquier ser humano está marcado por múltiples factores, sin que se puedan excluir el origen familiar y, en definitiva, el contexto económico y social que uno se encuentra en la pista de aterrizaje de una vida que no has elegido. Imaginen por un momento cómo sería el futuro de quien nace en una familia con posibilidades infinitas (por ejemplo, el hijo de un banquero o el de una gran empresaria) y la del hijo que aterriza en la casa de un albañil o una cajera de supermercado. Aunque todas las ocupaciones sean dignas, sabemos que los efectos sobre las oportunidades de unos y otros serán muy diferentes. Y esto, claro, es lo que realmente debería ocuparnos y preocuparnos.