Es lo que tiene el tiempo que marca el calendario, que es cíclico y tiene en la barriga un artefacto explosivo. Ya estamos en otoño, que es, en esta tierra, un “Me resbala” (Arturo Valls) camino del invierno, la estación del final y del principio. Es este un año tan raro y cabrón que no tiene descansillos, va de caída en caída, es un tropezón inacabable que apunta a guarrazo monumental. Ya estamos en otoño y a la entrada de la caverna emocional del año volvemos a respirar lo mismo que en primavera y verano, tristeza.

Si hay una tierra que se identifica con el otoño es esta, la zamorana. Aquí hasta las flores tienen una segunda piel manchada de languidez, las gentes andan a ritmo cansino, dejan que el día se encadene a la noche, buscando siempre adorar más la luna que el sol. Somos la cadencia de ese reloj estropeado que un día marcó los segundos de la alegría. Respira Zamora un aire tan puro que cuando inspira es etéreo, pero que se hace marmóreo cuando espira hasta atarnos al Duero, ese fluir cansino que dormita la mayor parte del año.

El otoño se ha enquistado también en la política española. Nunca habíamos necesitado tanto a líderes visionarios para conducir la mesnada atascada de mocos y lo que aflora son aprendices de tahúres, vendedores ramplones de los peores mejunjes, expendedores de bilis. Lo de Sánchez y Ayuso es la revelación de la impudicia más descarnada: mirad si somos buenos que ahora sí os vamos a curar; hasta ahora no importa que os hayáis ido muriendo por los caminos. Puro teatro y santa malicia, gobierno de pícaros.

Acabamos de abrir la puerta a ese pasaje donde cielos y tierras se equilibran y funden su color con el de la panza de burro viejo, a ese periodo de tránsito donde lo que va se sazona con lo que viene, a ese estado de pinchazo emocional que nos llevará un paso más abajo por la senda de la nada. Y lo hacemos sin coraza, sin el rayo esquivo de luz equinoccial de Santa Marta de Tera, a pecho descubierto. Reverdece el dolor de vientre.

Hasta la vendimia ha querido adelantarse al otoño para no ver lástimas y podredumbre. Pero no, llegó la borrasca y mandó parar. Solo algunos hicieron caso. Otros, chorreando, llenaron los cestos. Esos, esos sí que tienen mérito. Aún quedan muchas primaveras. Y cierta esperanza.