En estos momentos en que el Coronavirus condiciona nuestra vida, nos hemos detenido en nuestro caminar incierto y hemos echado una mirada a nuestro alrededor, a nuestro maltrecho planeta, al que tanto daño inferimos en el cotidiano discurrir por un camino sin retorno hacia la destrucción y hemos reconocido que la naturaleza tiene a veces sus recursos para poner un poco de freno a la carrera alocada del ser humano, mientras seguimos agrediéndola.

En estos días, Sanabria se debate entre el rechazo de la inminente herida que puede causarle una nueva intervención en las entrañas del que fue paraíso para los escasos habitantes durante siglos y la necesaria creación de trabajo para una población, que exige ir al compás de los tiempos. En esta ocasión ese empleo vendría de la mano de una mina de wolframio abierta, Valtreixal . El progreso de la alta velocidad traía una carta escondida en la manga. Otra vez destrucción

El argumento más esgrimido a favor de esta explotación es precisamente la creación de puestos de trabajo, 600 dicen, en una comarca que nunca ha estado sobrada de empleo remunerado. No está mal mientras dure, el trabajo es un derecho y una necesidad pero ¿Por qué en Sanabria las intervenciones que traen empleo son casi siempre agresivas? Minas, saltos, intento de destrucción del lago, actividades ruidosas que causan estrés y huida de los animales y la más terrible tragedia humana y medioambiental en el epicentro de su belleza sublime, en Ribadelago, el pueblo secularmente más sacrificado, más abandonado por parte de la Administración y de la sociedad. Trabajo sí pero más sostenible y no a cualquier precio. Sería bueno pensar en otros medios y formas de crear empleo más acordes con la esencia de Sanabria, que nos traigan además verdadera calidad de vida, paz, bienestar para todos, mayores y jóvenes de nuestros pueblos, disfrute sereno de la naturaleza, nuestro verdadero tesoro.

Cuando se concedió la licencia para construir el Salto de Moncabril en el año 1943, Sanabria era un lugar de y para los sanabreses, no había turismo, solo algunos viajeros que llegaban sobre todo al lago y al balneario; los sanabreses vivían de la ganadería de pastoreo y de la agricultura de minifundio, escasas ambas cosas en los pueblos de las orillas del lago, se pasaba hambre, y para trabajar debían emigrar prácticamente todos los hombres. Aquellas obras en nuestro pueblo y en nuestra sierra se recibieron como un maná, como un regalo del cielo: Habría trabajo para todos. Lo hubo, no solo para los sanabreses, sino para muchos otros de allende los límites de la comarca. Los emigrantes pudieron volver a su casa y trabajar ¡en su pueblo! Solo alguno de los más ancianos con su sabiduría vieron más allá de aquel sueño alucinante:

– Mmm ¡Oy rapaces, yía peligroso, y ¿quei será cuando s´acaben as obras? ¿Cumo vay a quedar a sierra y al monte? Ya vremos.

Comenzaron con la expropiación de las tierras para hacer casas de empleados, la carretera, la central y sus anexos, almacenes y caminos. Se acotaron terrenos en la sierra y se represaron lagunas llenas de vida, arroyos, riyeiros, ríos. Se cambiaron cauces y se alteró el orden secular de las cosas. Hubo barrenos todos los días durante años, que producían ruidos estridentes y desapacibles, obras muy peligrosas que produjeron muertes y amputaciones graves, y una enfermedad incurable, la silicosis en los pulmones de los hombres que trabajaron en los túneles respirando la sílice del duro granito. Y cuando acabaron, la última de las presas hechas se rompió el mismo día que se llenó por primera vez llevando la muerte a 144 personas, muchas de ellas niños, y al propio pueblo, que creía haber sido bendecido con la obra y al que se le había prometido progreso, dinero, vida. Los supervivientes quedaron mucho más pobres que eran antes, rota de dolor su vida, de desgarro vital y desarraigo. Ni un solo servicio a cambio, ni una sola prestación ni ventaja, ni una sola mejora en el pueblo más allá de aquellos míseros sueldos durante el tiempo que duró el durísimo trabajo, diez años, y unos pocos empleos en la central y en la vigilancia de las presas después. ¡Entonces sí que tuvieron que emigrar todos!

Hoy queda la presa rota como memorial de muerte y desolación y un pueblo triste, desparramado, desubicado y desarraigado física y espiritualmente. Su abandono es evidente. Menos mal que la central sigue produciendo energía para lugares próximos y lejanos.

Hoy se puede hablar, se puede mostrar el desacuerdo, se pueden pedir explicaciones y analizar con minuciosidad las condiciones, las consecuencias, las ventajas: ¿Quién utilizará ese wolframio? ¿Para qué? ¿Cuáles serán sus aportaciones al auténtico avance del ser humano y al planeta? Una pregunta esencial Valtreixal mejorará los pueblos donde está ubicada? ¿mejorará Sanabria? Quedará mejor nuestra tierra cuando se abandone la mina? ¿quedará un poco mejor el mundo? Porque recordemos que progreso es dejar el mundo mejor que lo encontramos.

Hacen falta planes para Sanabria con amplitud de miras, que den trabajo sostenido, que no solo “nos calienten la copa” no que nos den un puñadito de dinero hoy y nos resten la vida de mañana.

Los amigos del lago allá por los años 40 ya apuntaron la posibilidad de un desarrollo sostenido de Sanabria y marcaban un poco la línea de por dónde debe discurrir: Es tierra de paz y sosiego y una naturaleza de admiración y respeto casi sagrado. Centros de estudios bío y geo-científicos, actividades de disfrute y conocimiento de las montañas sin herirlas, sin mancillarlas, cuidado extremo de los restos del pasado que son historia del territorio, museos, aprovechamiento y conservación de frutas, hierbas, leña, ganado de pastoreo pesca, centros de reflexión y paz, son algunas de las iniciativas que ya ellos propusieron y se podrían estudiar. Y mucho, mucho más cuidado de nuestros pueblos que por sí solos, por su belleza ya son una potente atracción turística. Sanabria es un hermoso museo y la gente que viene sabe apreciarlo y lo demanda.

Cuando en los años 50, se comenzaron las obras para convertir el lago en un pantano, hacía muchísima falta el dinero de aquellas obras pero un grupo de personas con visión de futuro y amor a nuestros mayores bienes, los naturales, lucharon sin descanso y con generosidad por la revocación de aquella concesión. Ellos y nuestra tragedia lo consiguieron. Quién se arrepiente hoy? ¿Sería lo mismo Sanabria sin el lago?