Las últimas escuelas que se cierran en Zamora es por falta de niños, pero antes se hizo por una decisión política, cuando se construyeron las escuelas comarcales no sé si para mejorar la educación o para ahorrar en profesores o para ordenar el territorio. O para todo eso y más ¡Sigue siendo una pena ver las escuelas cerradas!

A lo largo de la Historia, las sociedades han tenido distintas formas de transmitir conocimientos y valores a los más pequeños, al principio de manera intuitiva con la naturalidad de la familia o la tribu, más tarde en función de las decisiones del poder. Por ello se han sucedido históricamente y conviven en la actualidad distintos modelos educativos y teorías pedagógicas que se corresponden a las necesidades sociales por un lado, y a la concepción del ser humano por el otro. La cultura de cada país, incluida la ideología de su sistema político, condiciona la educación. La necesidad también. Por eso el debate sobre si la sociedad condiciona el sistema educativo para que nada cambie o si la escuela puede contribuir a cambiar el mundo aún está vigente.

Salvado por la campana el pasado curso escolar, que acabó bruscamente en marzo aunque continuó a duras penas telemáticamente para mantener el sistema burocrático de promoción y títulos, se corre el peligro de no poder comenzar el nuevo curso.

Y a los miedos habituales de los alumnos por los cambios: ¿qué profesores me van a tocar?, ¿y si me cambian de clase y no conozco a nadie?, ¡qué gordos son los libros! Compartidos con alguna variante por los profesores: ¿qué alumnos?, ¿qué asignaturas afines?, ¿tendré plaza este año? Y por las familias: ¿qué nuevos compañeros?, ¿qué nuevos profes?, ¡qué caros son los libros y el chándal! A todos ellos se unen ahora los derivados de la pandemia, que traen de cabeza a las administraciones educativas que a menos de dos semanas del inicio del curso aún no saben qué hacer: ¿Se van a abrir las escuelas en septiembre? Pues depende de otras respuestas.

¿Se puede garantizar la salud en la escuela? Porque el miedo al contagio de los más pequeños que se tocan, se abrazan, lloran, comparten los materiales y el bocadillo, juegan juntos y se pegan; entre los adolescentes y jóvenes que no tienen percepción del riesgo y se juntan y enamoran; en los comedores y el transporte escolar; en las clases y en los recreos… Sólo puede solucionarse con la dedicación y profesionalidad de los docentes, con más espacios y con más personal de todo tipo, desde cuidadores hasta personal de limpieza. No estaría de más personal sanitario en cada centro, como se lleva reivindicando desde hace años para situaciones de normalidad, no excepcionales como la que estamos viviendo.

Si la escuela no se abre, ¿se puede garantizar la educación de calidad? Siempre existe la posibilidad de la educación no presencial, a través de los medios telemáticos. Pero se necesitan los medios, por supuesto. Los tres meses de la escuela cerrada del curso pasado han sacado a la luz la desigualdad de las personas, de las familias y de los territorios en el acceso a las nuevas tecnologías de la información y de la educación. Entre las personas pobres no es posible; en la mayor parte de la provincia de Zamora, tampoco. Además, la presencia del profesor en el aula permite detectar e influir en factores importantes de la educación que no se aprecian en el vídeo: desde los ojos de sueño de no dormir, hasta los de soñar con la hora del recreo. Como en el caso del personal sanitario en consultorios, la presencia en la escuela es importante para la calidad del servicio.

Y como en el caso de las consecuencias sociales y económicas de la pandemia, hay otra pregunta importante: ¿qué hago con los niños si se quedan en casa? Porque de algo tienen que vivir los niños, que es el trabajo de sus padres. Y si no van a clase, ¿quién los cuida en casa? A la salud y a la educación, se añade un problema social que no hemos resuelto tampoco en condiciones de normalidad: la conciliación de la vida laboral y familiar. Trabajar y cuidar. Y vivir.

Comentábamos en el tiempo de la esperanza y el agradecimiento, de los aplausos desde los balcones al personal de la sanidad y los cuidados, que el trabajo de los docentes sólo se valoraba cuando no se hacía, por ejemplo en las vacaciones: “¡Qué ganas de que empiece la escuela!”

La preocupación generalizada por el inicio del curso escolar ha puesto de manifiesto que se necesitan más espacios y más personal en las escuelas para la educación, la salud y el cuidado de nuestros hijos; que se necesita que todos tengan los mismos medios, incluidos los informáticos, para aprender en condiciones de igualdad. Y que nuestra sociedad valora y da una importancia capital a la educación.

También que la sociedad española quiere un sistema educativo con las mismas condiciones para todos, que permita una sociedad más igualitaria, y que puede y debe comenzar desde la escuela. Porque la escuela sí puede cambiar el mundo, como decía Paulo Freire en su pedagogía del oprimido: “La educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo.”

O como decían en Cuba: “la escuelita la hizo la revolución”. Y nos preguntamos: ¿O la revolución la hace la escuelita? El debate entre educación y sociedad sigue abierto.

Y la educación seguirá siendo presencial siempre que se pueda, o no será. Será instrucción, pero no educación.