Por las crónicas antiguas sabemos que la Virgen del Tránsito de Zamora tiene precedentes devotos en Gandía, la ciudad valenciana donde era venerada y luego añorada por la superiora de la comunidad de religiosas clarisas que vinieron a fundar convento en Zamora.

Los últimos momentos de María en la tierra y su Asunción al cielo tienen en esa región española una tradición de piedad que se ha manifestado desde los tiempos de la reconquista cuando el rey Jaime I de Aragón dedicó la catedral de Valencia a la Asunción y las iglesias de las poblaciones que iba conquistando. Quizá la manifestación más conocida de la devoción mariana del Levante español sea el "Misterio de Elche": un auto sacramental con el tema del Tránsito, Asunción y Coronación de la Virgen. Esta representación dentro del templo tiene origen medieval, manteniéndose en escena por actores del pueblo durante siglos. Fue declarada por la Unesco en 2001 “Patrimonio oral e inmaterial de la humanidad”.

Nuestra Pastorada castellana sería algo parecido en lo que tiene de representación popular, también en el interior del templo, de un episodio evangélico: El nacimiento del Señor,

La devoción a María en el reino de Valencia es realidad presente e historia comprobada; prueba de lo último es que la primera obra literaria llevada a imprenta en España fue un conjunto de poemas dedicados a la Virgen María en idioma valenciano titulado: "Trobes en lahors de la Verge María" (Valencia 1474).

El arte pictórico tiene también destacados artistas de esa región que supieron plasmar el fervor mariano con altísimo nivel. Bastaría nombrar a Ribera, autor de la espléndida Inmaculada que preside el retablo mayor de la Iglesia de la Purísima de Salamanca. Pero hay muchos más entre los que podemos destacar, pintando el Tránsito, a Mateo Gilarte y Fernando Yañez de la Almedina, con cuadros que podemos contemplar en el Museo del Prado y la catedral de Valencia respectivamente. En ellos se ve gente familiar de María: apóstoles y discípulos de Jesús asistiendo a ese tránsito y dormición que narran los evangelios apócrifos. Esto es, un duelo pintado, el instante intermedio entre la vida y la muerte, una dormición cuyo despertar sucede en el cielo. Es, en pocas palabras, una despedida, un adiós dolorido, como dice la canción, pero también glorificado por Dios y ensalzado por artistas y poetas.

Con el gran poeta de Orihuela, Miguel Hernández, terminamos, copiando una estrofa de su soneto a la Asunción. El poeta de “Vientos del pueblo” hizo sus pinitos poéticos en círculos literarios católicos de su pueblo, influido por su amigo Ramón Sijé, al que dedicó la famosa elegía, y ayudado en la publicación de sus primeras escritos por el culto sacerdote Luis Almarcha que más tarde sería obispo de León.

“ ¡Tu! que eres ya subida soberana

de subir acabaste. Ave sin pío,

nacida para el vuelo y luz, ya río,

ya nube, ya palmera, ya campana.”

Quiero tener presente en estas líneas a las víctimas de la pandemia cuyo final de sus vidas fue a más de doloroso, en soledad. Para ellas y sus familiares va la pintura y letra de un abrazo que por ser caligráfico no es menos sentido y cordial.