No se trata del menaje básico de un día de campo. Pudiera ser la tríada de cacharros imprescindibles en la sarcina de un legionario romano o el necesario kit de cocina de pastores trashumantes; pero se trata de mi colección de objetos, salvados de traslados y mudanzas, que le acompañan a uno como familiares mudos pero queridos y siempre presentes, como los libros.

Voy a la feria del libro, y a la de alfarería en una villa cercana donde hay cerámica, aunque ya no hay hornos. Al menos el mercado de este trabajo artesanal aquí se sigue celebrando y con notable éxito. La arcilla de los pucheros es la reina de esta fiesta comercial y cultural que se mantiene con mérito. Hablo de Oleiros, próximo a La Coruña. Vamos allá. Vemos por el suelo -como antiguamente ponían la loza a vender los cacharreros -todo tipo de recipientes, desde los más sencillos de uso doméstico a los de adorno y decoración que a su vez embellecen el suelo urbano de la feria como plantones de jardín florido. Alfares de toda España, incluídos zamoranos, se dan cita. El barro sigue presente aunque Ikea lo ignore.

El barro de alfar es tan antiguo como la humanidad. De hecho, ya que mencioné una potente marca de ajuar y menaje, el barro dio lugar a la primera difusión masiva de un producto: “ el vaso campaniforme” que a su vez da nombre a una cultura extendida por Europa con la comercialización del mismo. Zamora tiene importantes restos arqueológicos hallados en Villabuena. Estamos hablando de casi tres mil años antes de Cristo. Y enlazando con tema religioso, en la Biblia vemos a Dios haciendo al primer hombre de un puñado de barro. Ahora decimos que somos polvo de estrellas, pero barro al fin.

De barro son las cazuelas que guardo como reliquias de mi prehistoria que es la infancia. Y de barro era el cántaro que de niño cargaba al hombro para ir a la fuente. El menaje de una casa rural era en buena parte de barro. En días festivos señalados, la loza de porcelana salía del chinero para volver a servir nada más que de adorno durante el resto del año.

Tengo en los estantes, como trofeos del tiempo, piezas de Moveros y Pereruela, también de Talavera y Sargadelos. Si no se rompen me sobrevivirán. Y hablarán de mi.

Gracias al barro cocido evolucionó nuestra especie, pudiendo así ingerir alimentos cocinados rudimentariamente, y eso permitió al "homo habilis" mejorar la dieta hasta entonces basada en hierbas crudas, frutos silvestres y carne de caza.

En la Biblia venimos del barro, pero la vida más elemental también se produjo en lodos con aporte de oxígeno que luego vino a ser la clave fundamental del planeta que habitamos.

Son de arcilla germinal las manos que esto escriben y de barro diseñado el cuenco de los recuerdos más antiguos y entrañables. Aún puedo ver las sopas de ajo con el caldo sobre las migas humeando, y los garbanzos del cocido en el puchero como si una moviola por control remoto se activase.

Mi particular museo etnográfico se reduce a objetos bien queridos de barro: aquello en lo que terminaré yo también, cuando Dios quiera. Estoy en la feria de alfarería. Toca una banda de música con mayoría de gente joven, poco más que niños. Siguen atentos al director: alfarero de ondas musicales circulares, envolventes. Mientras tanto he estado pensado escribir esto que a muchos de ustedes les sonará a música celestial. Y si es así, casi mejor, porque no vivieron tiempos de escasez con la cazuela de las sopas, sin plato ni postre. El barro todo lo explica: la historia antigua por defecto y la actual de feria en feria.

Queden con Dios, que de allí venimos