Mientras iba caminando, pensaba en esas críticas, a veces feroces, que de vez en cuando se vierten sobre determinados pasajes de nuestra historia, ya pertenezcan a este siglo o al remoto pasado, como por ejemplo a los españoles que descubrieron el continente americano y sus posteriores conquistas. A aquellos colonizadores con frecuencia se les ha calificado de crueles y sanguinarios, olvidándose que, en el siglo XV, la gente no estaba mucho por la cosa del "fair play", ni se habían inventado las oenegés, ni el nivel de conocimientos daba para mucho. Prueba de ello es que tres siglos más tarde, cuando los ingleses hicieron suya América del Norte, a pesar que el mundo había dispuesto de más tiempo para haber evolucionado, los futuros genuinos americanos no dejaron títere con cabeza en las tribus indias.

En aquel paseo que discurría por el casco histórico, cerca de la Catedral, me vinieron a la memoria las terribles actuaciones de la Inquisición, a la que no sé bien por qué se le anteponía el calificativo de "Santa". Institución cuya misión era la de detener, torturar y a veces conducir a la hoguera a quienes más le molestaban, con la disculpa de que habían tenido comportamientos contrarios a la fe cristiana. Recordé que la peor parte de su siniestra fama nos la hemos llevado los españoles, aunque el mayor número de ejecuciones estuvieran a cargo de Alemania (25.000 según algunas fuentes), seguida de Suiza, Francia y Reino Unido, países que, dicho sea de paso, son los que más suelen tacharnos a nosotros de oscuros y crueles, aunque en nuestro caso no llegara a tres mil el numero de ejecutados.

Cavilando de esta manera obviamente no trataba de justificar hechos tales, pero sí entender los parámetros en los que se movían los protagonistas de aquellos desmanes en el momento de ser perpetrados.

En esas estaba, cuando saltando una alta pared de piedra me llegaron voces procedentes de la casa de Arias Gonzalo, esa que se encuentra adosada a la Puerta del Obispo que permite descender hasta las Peñas de Santa Marta o llegar a la Iglesia de San Claudio de Olivares. Hasta mí, llegaba la voz de un hombre que se empeñaba en hacer saber al dueño de la casa los bulos que corrían por la ciudad. Uno de ellos era el que el noble Arias había tenido tratos carnales con la, por entonces, infanta Doña Urraca, Señora de Zamora. También pude escuchar los exabruptos que profería el noble Arias al sentirse herido por aquella mentira que ponía en duda su honor y caballerosidad, pues su relación con Urraca nunca había pasado de ayudarle al buen gobernar de la ciudad, en aquellos años en los que aún no existía la Catedral, aunque sí las aceñas de Olivares que procuraban gran poder a Zamora ya que por ellas pasaba todo el trigo que se producía en la región.

Otro bulo que llegó a brincar la tapia hacía mención a los presuntos amores de Urraca con Rodrigo Díaz y con uno de los hijos de Arias, e incluso con su propio hermano, el Rey Alfonso, del que las malas lenguas decían que habría caído en el incesto, basándose en que el rey de Castilla y León era muy ligero de bragueta, ya que no había moza, fuera mora o cristiana, que no conociera sus destrezas en lechos y tálamos. De hecho, pasados nueve siglos, Menéndez Pidal, uno de los historiadores más puestos en nuestra historia medieval, llegó a decir que era cierto lo del incesto de Urraca. Pero, si hubiera sido así ¿cómo es que no se ha encontrado ningún escrito, leyenda o romance que lo haya puesto de manifiesto con claridad manifiesta?

De Urraca no hay constancia que llegara a contraer matrimonio, ni tampoco que fuera promiscua, ni de haber parido hijo alguno, factores que no apoyan precisamente los bulos de los difamadores, ni tampoco la versión de Pidal. Pero como la sospecha atrae más que la certeza, las habladurías, a base de ser repetidas, van transformándose en medias verdades, sin necesidad que exista testigo ni prueba que llegue a demostrarlo.

No hace falta que paseemos por los alrededores de la Casa de Arias Gonzalo - que algunos llaman del Cid - para que lleguen a nosotros ráfagas de palabras que enturbian la imagen de gente conocida o de afamados hechos. Mismamente, en estos días de cuarentena también hemos podido escuchar bulos de todos los colores, como ese de que el virus ha sido fabricado en China para así poder acabar con occidente, y de paso ganar la guerra del "5 G" que, al parecer, va a dar el dominio de la humanidad a quien llegue a controlarlo.

Y en lo que se refiere a Doña Urraca probablemente habrá alguno que le dé por decir que la Señora de Zamora era lesbiana, circunstancia que hubiera pasado desapercibida en aquel tiempo, ya que tanto reinas como infantas estaban permanentemente acompañadas de damas de compañía que, con el título de Doñas, las peinaban, lavaban y vestían como si tal cosa.

Pues eso, que a las personas y a los sucesos deberíamos enjuiciarlos con el rigor que se merecen, ya se trate de hechos contemporáneos o pertenecientes a siglos pasados