Me atrevo a afirmar, parafraseando a Chateaubriand que: "un mundo económico, en el que unos tienen una renta millonaria, mientas otros mueren de hambre, sólo puede subsistir mientras exista la esperanza de mejorar". Estos de ahora, tiempos duros y difíciles donde los haya, debieran ser tiempos de esperanza. Datos y cifras la convierten en un deseo fallido.

Sin esperanza es cuando aparecen los fanatismos políticos que ofrecen utopías y realidades malsanas. Eso se parece mucho a la tan traída y llevada, también necesaria, renta mínima que para que unos puedan percibirla, otros deberán pagarla con su trabajo. Todos están encantados con este invento, sobre todo aquellos que se han quedado sin la posibilidad de alcanzar una vida digna. Más digno sería conseguir un trabajo digno y ganarse el pan dignamente con el sudor de la propia frente. Todo es cuestión de dignidad. Para unos está en ese tipo de protección de papá Estado. Para otros está, simple y llanamente, en el trabajo. En torno a este asunto se está desarrollando un fanatismo que no augura nada bueno.

Sostenía Duclos que, "algunas veces se ve obligado el fanatismo a contar con la política". Tengo para mí que siempre ha sido al revés, la política ha contado con el fanatismo, con los fanáticos a los que se puede manipular fácilmente, sólo hay que saber qué resortes emplear, qué tecla tocar. Algunos, lo del resorte y la tecla se lo saben a pies juntillas y actúan en consecuencia. Ese no debiera ser el sueño español. Para salir del atolladero en el que nos ha dejado la pandemia, no está mal, pero su recorrido no puede ser eterno.

La subvención, la renta mínima no nos hará precisamente libres. Ciertas ideologías están utilizando la necesidad y el hambre para imponerse y perpetuarse en el poder. Todo ideario que impide pensar y escribir, que fulmina otros ideales, caerá en el absolutismo, la estupidez y el fanatismo. La misión de los ciudadanos no sólo consiste en aceptar las normas, sino también en mejorarlas y eso conlleva vivir con dignidad, la palabra clave que últimamente se utiliza menos pero que cuando se hace se prostituye.

Nos pasamos la vida exigiendo que a otros pueblos se les de la caña para enseñarles a pescar y ahora van y pretenden darnos pececillos gratis. Hay que tratar de dar valor a la vida, al trabajo y a la dignidad de las personas. Hay que hacer algo, esa es la tarea que debe imponerse todo Gobierno, permitir que el trabajo sea un valor al que nadie quiera renunciar. Porque, eso, es también la esperanza.