El último período de calificaciones del año escolar puede traer tanto temor como emoción para estudiantes y profesores. La preocupación por superar exámenes y la motivación para aprender palidecen ante la explosión de los primeros calores que invitan a actividades al aire libre con los amigos. Este año plantea una complicación adicional y es que después de que el COVID-19 cerrara los colegios e institutos, los profesores y los estudiantes se vieron obligados a aprender a distancia, muchos durante el resto del año, con buena intención, pero con poca preparación. Entonces, ¿cómo los educadores y profesores no solo "superan" este período, sino que realmente inspiran a los estudiantes a continuar aprendiendo para el próximo curso?, ¿podemos tomar esta crisis como oportunidad para hacer algunos cambios? Para responder a estas cuestiones, voy a hacer un esbozo muy sencillo de lo que supone una enseñanza tradicional tomado del colega Mazur que, como buen americano, es pragmático. Este profesor define la enseñanza en dos pasos:

CLASE

Esto significa que el profesor, en la clase, realiza la primera exposición del contenido y el estudiante escucha. Ya en casa, el estudiante profundiza en el contenido que se ha expuesto en clase a través de tareas, actividades, deberes, etc., en soledad; pero, ¿no les parece un poco irónico que el profesor ayude al estudiante en la parte de la exposición que es más sencilla y le deje solo en la parte de profundización sobre ese contenido, cuando le pide analice, describa, compare, critique, etc.? Ojo, digo que la exposición es más sencilla que la profundización, porque el estudiante, en este modelo clase-casa, se limita a escuchar y a tomar apuntes y ya nos dice la psicología que no podemos escuchar y pensar sobre lo que está diciendo al mismo tiempo y, la verdad, no he visto nunca en mis años de experiencia a un estudiante que levante la mano en la clase y diga: "perdón, ¿podrías, por favor, callarte diez minutos para poder pensar en lo que estás diciendo?"; lo que decimos normalmente es: "pensaremos sobre ello más tarde" y nos quedamos tan contentos. Eso sí, luego exigimos que analicen y argumenten "en condiciones". Entonces, ¿por qué no cambiar el sentido y usar la clase para una mayor comprensión?

CASA

Usaríamos el tiempo de clase para que el apoyo y el buen hacer del profesor le ayude en la profundización del contenido y el tiempo de casa para que el estudiante tome el control, se siente en el asiento del conductor de su aprendizaje y dirija sus intereses y su motivación. Automáticamente, los profesores se preguntarán: ¿cómo puedo estar seguro de que el muchacho realiza esta primera exposición al tema? A lo que yo les contestaría: ¿cómo podemos estar seguros de que el estudiante transfiere lo que le transmites en la clase fuera de ella?

Ha habido algunos intentos en la dirección casa-clase, por ejemplo, grabar en vídeo las clases para que el muchacho las visione en casa, pero, ¡ahá! Ahí está la psicología de nuevo que nos dice que cuando vemos en vídeo a alguien dar una clase, nuestro foco atencional, se dirige a la persona y no tanto al contenido. Una mejor opción sería una lectura; el cerebro está más activo mientras leemos que mientras vemos; prueba de ello es que, cuando leemos, nos damos más rápidamente cuenta de que nuestra atención se va y tenemos que releer de nuevo; sin embargo, esto también conlleva la preocupación por si el estudiante lee o se dedica a buscar en google un resumen; además de ambos casos, vídeo y lectura, son actividades solitarias y ya sabemos que la educación necesita interacción social para "construir".

En el modelo casa-clase los estudiantes necesitan herramientas para ser efectivos si tienen más control de su horario de hogar y de su ritmo. En mi opinión, deberíamos empezar por los mínimos. Los contenidos curriculares son suficientemente amplios para no dejarnos tiranizar por cómo vienen trabajados en los libros de texto. Temas transversales como la alimentación sana, la sostenibilidad, el cambio climático, economía circular, modos de vida alternativos, las tecnologías, los Big-data, etc., son contenidos que están presentes en el curriculum oficial, eso sí, un poco escondidos quizá, si nos limitamos a seguir lo que dice un libro de texto de una editorial determinada.

Una opción es el trabajo por proyectos impulsado por los estudiantes, que simula lo que se hace en una organización profesional para crear un nuevo producto o servicio que sea real y útil para la sociedad. Los estudiantes pueden elegir un tema sobre el que quieran aprender más, tienen control para establecer objetivos que funcionen para ellos y en su horario de casa, el profesor hace de guía y no de transmisor informativo haciendo comentarios de referencia, en lugar de trabajar para una calificación y permite interacción entre compañeros. Eso sí, las dos tareas obligatorias serían:

1. Reflexiones de aprendizaje semanales con evidencia de toma de notas y progreso hacia la presentación final del proyecto.

2. Presentación final del proyecto y reflexión sobre el proceso.

Nos sorprenderán la creatividad, el orgullo y la emoción de los estudiantes por compartir lo que crean y aprenden habilidades de reflexión, establecimiento de objetivos, mentalidad de crecimiento y de mejora social, curiosidad, habilidades digitales y escritura, investigación y comunicación.

Un último apunte, el trabajo por proyectos permite superar la desigualdad de experiencia entre los alumnos basada en la vida en el hogar y en el acceso a los materiales, pero de la inclusión hablaremos en el próximo encuentro.