Las palabras de Jesús del domingo pasado deberían ser confortantes para un cristiano: "yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo". ¿es así?, ¿cómo lo experimentas tú?. Yo estoy convencido de ello. Y todo esto gracias al Espíritu Santo, que es el viento y el fuego de Dios en la vida de aquel que se abre al misterio de la fe. Las lecturas de este domingo de Pentecostés nos ofrecen la oportunidad de dejarnos invadir por el Espíritu que ora en nosotros, que nos guiará hasta la verdad completa, que transformará nuestras debilidades y oscuridades cotidianas.

En el relato de los Hechos de los Apóstoles, las personas de distinta lengua se entienden, porque la lengua del Espíritu es una sola, la del amor. Es lo contrario de lo que pasó en Babel. Es decir, venida del Espíritu no es sólo una experiencia personal y privada, sino de toda la comunidad. En este misma línea, Pablo en la segunda lectura nos habla de la acción del Espíritu en todos los cristianos. Gracias al Espíritu confesamos a Jesús como Señor (y por confesarlo se jugaban la vida, ya que los romanos consideraban que el Señor era el César). Gracias al Espíritu existen en la comunidad cristiana diversidad de ministerios y funciones (antes de que el clero los monopolizase casi todos). Y, gracias al Espíritu, en la comunidad cristiana no hay diferencias motivadas por la religión (judíos ni griegos) ni las clases sociales (esclavos ni libres)

En el Evangelio de Juan, Jesús envía a sus discípulos. Sin el Espíritu Santo esta misión hubiese sido inútil.

Paulo Cohelo en su libro El peregrino de Compostela es sugerente con esta imagen para entender lo que hoy celebramos: "Un barco en el puerto es seguro, pero no es para eso para lo que se construyen las naves; navegad en el mar y haced cosas nuevas". Sin el Espíritu Santo la vida de la fe, las decisiones en la Iglesia, el saber afrontar los problemas, el aportar soluciones nos habrían conducido a quedarnos en casa y refugiarnos en nuestros puertos particulares con el temor de que las olas de la vida nos agobien o nos hundan.

Con rotundidad pues, hay que decir que nunca podrá faltarnos el Espíritu, porque no puede faltarnos Dios en ningún momento. El Espíritu no es un privilegio ni siquiera para los que creen.

El Espíritu es el don del Señor Resucitado, don del misterio pascual del Señor. ¿eres consciente de esto? Da gracias al Señor por tu fe y por tu vida en el Espíritu Santo.