Parece una maldición bíblica: a medida que baja la incidencia del coronavirus, sube la crispación política, que se traduce en la división cainita, muy propia de España, entre "nosotros" y "ellos", entre "buenos" y "malos". Ya nos hemos olvidado de aquellos duros días en los que temblábamos al escuchar los datos del aumento de muertos, contagiados, ingresados en la UCI. Ahora lo que ha ascendido al primer plano de la actualidad son las broncas entre diputados, las descalificaciones, la resurrección parlamentaria de ETA, el FRAP y la aristocracia de sangre azul, los consabidos "y tú, más", la memoria selectiva para hacer daño al rival, convertido en el enemigo a destruir. Ya no nos acordamos de cuando (y no ha pasado tanto tiempo, solo un par de meses) todo el mundo parecía clamar por la unión, el compromiso común, para vencer a una pandemia inesperada y letal. Ahora se impone el estacazo dialéctico, la maniobra torticera, el bulo, la manipulación, la invasión de las redes sociales, el todo vale con tal de destruir al otro. ¿Y si ese otro somos los ciudadanos, la gente corriente? Da lo mismo. Lo importante, lo vital es que caigan los que mandan para ponerme yo en su lugar. Eso es democracia y lo demás, naranjas de la China. ¿De la comunista o de la que nos vende mascarillas, aunque fallen más que Kluivert, aquel delantero del Barça? También da igual. El fin justifica los medios.

Y con este panorama, con este ambiente asfixiante y peligroso, tenemos que abordar la urgente, necesaria e imprescindible reconstrucción nacional. Ya saben: si quieren que algo no funcione, crea una comisión. Y sí, parece que los primeros pasos de la solemne Comisión para la Reconstrucción dan la razón al refrán. Un par de sesiones y mamporros dialécticos a destajo. Y menos mal que el PP tiene como portavoz a la zamorana (aunque todos la consideren gallega) Ana Pastor, sensata y moderada, y no a la excelentísima Cayetana Álvarez de Toledo, a la que, según habla y actúa, da la impresión de que todos le debemos algo, empezando por la existencia y siguiendo por el aire que respiramos. Y menos mal que preside esa comisión el socialista Patxi López, que sabe lo que es lidiar con situaciones complejas y capaz de pedir perdón, nada habitual, si se equivoca o propasa, como ocurrió hace unos días cuando estalló tras ver en lo que había derivado, para peor, la sesión.

¿Y así vamos a reconstruir algo? Las previsiones no son muy optimistas, aunque siempre haya que confiar en que nuestros próceres recapaciten, se miren al espejo y se digan: "pero que coños estoy haciendo yo; ¿para eso me eligieron?" Esta reflexión tendría que acompañar el devenir diario de todos los que están, y cobran por ello, en cargos, organismos, instituciones y demás. ¿Los hemos elegido para que únicamente trabajen (es un decir) por sus intereses propios y partidistas o para que busquen el bien común sin distinción. Si la política es el arte de conducir a los pueblos hacia un futuro mejor y asegurar su porvenir, los rectores de la Cosa Pública tienen que aportar soluciones y no crear problemas. No parece que, de momento, vayan por ahí los tiros. Hay gente que a cada solución propone un problema. Y para nuestra desgracia, a muchos de ellos les hemos dado nuestros votos y los hemos enviado al Congreso, al Senado, a Europa, a los ayuntamientos, a las diputaciones. ¿Eran, son, los mejores? Probablemente, no, pero eran los que se presentaban y, además, son de los nuestros. Y para que sigan siéndolo, tienen que decir lo que queremos oír y obrar como obraríamos nosotros.

Esa es otra peligrosa derivada del encanallamiento que vivimos. La mayoría de los políticos no hablan para todos, sino solo para los suyos, para sus fans, para reafirmar los criterios de sus mesnadas. Así que quien oye solo oye lo que quiere oír, nada de contaminarse con discursos ajenos ni con dudas. Tengo razón. Y para confirmarlo, mira lo que está diciendo Fulano o Citano. Así no vamos a ninguna parte. Se dinamitan los puntos. Se borran los puntos de contacto. Yo tengo razón y san se acabó.

Y da igual que se discuta del número de muertos, de la propagación del virus, de los cambios de fase, del lío con las destituciones en la Guardia Civil, del Ingreso Mínimo Vital, de las caceroladas por la libertad de expresión (ju, ju,ju). No se buscan salidas (¿cuántas propuestas concretas y sensatas hemos escuchado?), sino cargarse al Ejecutivo. ¿Y después?, ¿Nuevas elecciones? Estamos como para aguantar una campaña electoral, ya acabaremos aburridos con la vasca, la gallega y quizás la catalana. ¿Quién gestionaría la cacareada reconstrucción?, ¿quién los dineros que llegarán de Europa? Que piensen en ello y no en frases destructivas y supuestamente ingeniosas para acaparar titulares. Los españoles se lo agradeceremos eternamente.