En estos días de aislamiento preceptivo y necesario no puedo evitar, como abuelo recluido, el recuerdo de nuestros nietos. Así estamos muchos que presumimos de criaturas adorables que contrarrestan a diario la paulatina devaluación de nuestras vidas, con el paso de los años.

Para nosotros, ellos son el tesoro que no imaginábamos tener, el premio "ex aequo" del concurso de la vida que te conceden sin competir. Ahora entendemos por fin en qué se sustancia la realidad virtual, los abrazos a distancia, los besos lanzados por el móvil viajando por la galaxia de los afectos.

Escribo estas líneas en el día del padre, que aguardaba celebrar por partida doble, con la mesa puesta de gala y la casa abierta de par en par. Pero no estamos para fiesta y a la puerta se le oxidan las bisagras.

Ahora veo, como la mayoría, a nuestros hijos y nietos por el móvil: un artilugio (propio de la globalización que paradójicamente es la causante de la expansión acelerada del virus), un paliativo extendido de semejante modo.

Nos toca vivir en una realidad achicada, reducida al ámbito doméstico. Muchas limitaciones, sin duda, pero sin permitirnos la queja mientras no tengamos otro motivo que no sea la enfermedad.

Me chocó escuchar, al salir a la ventana para aplaudir a la gente de sanidad, seguridad y servicios esenciales, que nos están atendiendo, el inoportuno grito de un vecino, de voz inmerecidamente joven: ¡¡ Me aburroooooo!! Era su problema existencial en estos momentos en que existir, librándose de la peste, ya es un entretenimiento regalado.

Recuerdo con nostalgia que mis mis nietos no se aburrían ni después de leerles mil veces el cuento: "Mi abuelo es pirata". El corsario soy yo, naturalmente, y llevo de marinero ayudante a la nieta o nieto que me escucha. Pero me atrapan los piratas y mi nieto consigue liberarme introduciendo una pala en la cárcel donde un corsario despistado me vigila. Hago un túnel que me lleva casualmente al tesoro escondido, que logramos subir a un globo aerostático que el viento zarandea y derriba la mercancía; excepto a nosotros que logramos aterrizar con la lona del dirigible ensartada en un árbol del jardín. La abuela seguía durmiendo en su hamaca. Fin de la aventura.

Ahora los nietos nos visitan telemáticamente con travesuras y hazañas grabadas, o sus ocurrencias graciosas: Greta ha aprendido a hacer el pino en la pared del salón, despejado para sus saltos. Lucas toca el violín y nos explica la saga de Los Picapiedra. Darío logra ejercicios circenses sobre butacas, sillas, cojines, y lo que haga falta.

Pero nada es tan bello como el abrazo presencial de esas criaturas de las que hemos de mantenernos a distancia. Ahora los cuentos se convierten en historias con trasfondo ambivalente de ausencia y proximidad, de ficción y

simbolismo casi trágico: Caperucita no podrá llevar la cena a su abuelita, pues sólo al "Gato con botas" se le permite pasear. Hansel y Gretel están atrapados en la casita de chocolate. Toca hacerse amigo de Peter Pan y Campanilla para cruzar las distancias volando. O sortear las contingencias del contagio, escapando de la sucia realidad, con Alicia a través del espejo.

Yo no me aburro. En ese flanco sólo soy vulnerable con la enfermedad.

Mientras las naves helenas se pudrían aguardando la rendición de Troya para rescatar a Helena, secuestrada por Paris, hijo del rey de Troya, Ulises ideó el caballo de madera. El resto no lo cuento pues acaso lo saben, y si no, les chafo el fin de la historia.

Quisiera ser Homero para escribirle a mis nietos mil historias, pero sólo alcanzo a leerlo, ahora con placer, después de que años atrás me tocó traducirlo en el bachillerato.

Ahora solo soy el abuelo pirata, y el mejor-amigo-adulto, al decir de mi corsario-nieto Lucas.

Desde la proa de mi barco saludo a los abuelos colegas que navegan en solitario.

¡ No arriemos velas! Inventemos caballos de madera, historias y cuentos para vencer a la cruda realidad que se impone sin fantasías. Que nadie se arroje por la borda de esta barca de Noé en la que nos toca estar con el viento en contra. Las batallas se ganan resistiendo en todos los frentes. La salud es el mejor botín. Lo sabemos los piratas.