Descubrí la historia de Laurie Lee mientras hojeaba en una librería madrileña un libro infantil titulado Grandes Aventureros: las increíbles expediciones de veinte aventureros. Me detuve en el capítulo dedicado a Lee debido a una ilustración que mostraba la ruta que el británico había seguido para atravesar España de norte a sur, pues esta pasaba por Zamora y Toro. Su aventura me llamó tanto la atención que decidí adquirir la edición original de As I walked out one midsummer morning (publicada en España en 1985 bajo el título Cuando partí una mañana de verano), la novela autobiográfica que narra sus peripecias en España. Con un violín y una manta por toda pertenencia, Lee se había propuesto conocer las profundidades de un país por entonces arcaico y apenas industrializado; una tierra auténtica, exótica y salvaje; el lugar ideal para vivir una gran aventura. Pero el alzamiento militar interrumpiría su viaje y le obligaría a huir en un barco desde la localidad granadina de Castillo. Meses más tarde, atravesaría los Pirineos para alistarse en el bando republicano junto a las Brigadas Internacionales.

Laurie Lee parte del puerto de Londres en julio de 1935 y dos días después arriba a la ciudad de Vigo. Pero su estancia en la localidad gallega es muy breve; enseguida comienza a caminar para cruzar a pie el Macizo Galaico-Leonés y llegar a Sanabria. Una vez en el Reino de León, atraviesa la comarca de Los Valles y alcanza el curso del Esla, donde encuentra «violentos florecimientos de amapolas que cubren con pañuelos de sangre los acres de trigo» (la traducción del original en inglés es mía). Cuando llega a Zamora, una tarde de sábado, su primera impresión es la de «una ciudad que se alza sobre una colina de roca». Entra por el noroeste y toma un «camino de polvo» que le conduce a "la Plaza" (se sobrentiende que a la Plaza Mayor), donde se refugia del sol bajo un árbol (por entonces la Plaza tenía árboles). Mientras descansa y se refresca, escucha los acordes de un violín que provienen de una calle cercana. Así que se pone en pie y persigue la melodía hasta descubrir que quienes la interpretan son tres jóvenes alemanes con quienes enseguida entabla conversación. Juntos acuden a una sala de baile que se encuentra cerca del río, en los barrios bajos; tal vez en la Horta o quizá en Olivares. Allí bebe y baila con una muchacha hasta perder el equilibrio y casi la cabeza. La noche termina en una habitación sin luz eléctrica ni ventanas que comparte con sus camaradas alemanes.

Al día siguiente, los teutones ponen rumbo a León y él a Valladolid, pues su objetivo es llegar a Madrid a través de Segovia. Tras cuatro horas caminando, hace una parada en una «villa de arcilla roja» cuyo nombre no recuerda (Fresno de la Ribera) y se hospeda en la casa de Doña María, matriarca de una familia numerosa que vive de la ganadería. En Fresno disfruta de una de las jornadas más intensas de su viaje al convertirse en el centro de atención de un pueblo donde un extranjero rubio como él resulta un fenómeno extraordinario. Un día después llega a Toro y retrata la villa como un lugar poblado de señoritos bien vestidos que celebran la festividad de una virgen (por la fecha debe ser la del Carmen) cuya procesión le impresiona como si fuera el rito de una tribu ancestral. Se trata de su última etapa en la provincia.

La narración de Lee nos introduce pues en un lugar seco y polvoriento; una zona periférica de un país atrasado y rural cuyo patrón de vida le recuerda al de la Inglaterra anterior a la Revolución Industrial; una provincia agrícola y ganadera plagada de gente sencilla que muestra una gran generosidad y solidaridad para con él y que le resulta mucho más amigable y humana que la burguesía británica. Pero estas virtudes terminan por convertirse en una paradoja al estallar el conflicto armado entre dos facciones que dividen a un país apasionado, visceral y psicótico, un país que ochenta años más tarde sigue entendiendo la convivencia como aquel viejo cuadro de Goya: "a garrotazos"