Las pintadas, y el desaseo y la mugre que invaden algunas ciudades son algo así como el cambio climático, que todo mundo ve que va a más, pero nadie hace nada por evitarlo. Y lo peor de todo es que la gente, a base de escuchar la cantinela de que nada puede hacerse al respecto, llega a creérselo, y admite tal situación como algo inevitable. De manera que nos acostumbramos a vivir entre la contaminación y la guarrería urbana como si ambas cosas fueran consustanciales al género humano, como si todos fuésemos lo mismo, como si todos nos aprovecháramos de la destrucción del medio ambiente con tal de satisfacer los más inconfesables deseos.

Pero la cosa no es así, ya que hay quienes hacen por "dar por saco" lo menos posible, por no molestar al de al lado, por no utilizar el coche sin necesidad, por recoger las heces del perro, por no apabullar a la gente por la calle circulando a toda leche con patinetes, tablas y bicicletas, por no encender ni un solo fósforo en el campo, por dejar de utilizar en lo posible los materiales plásticos, por no dilapidar el agua en operaciones que atentan a la sostenibilidad, y por tantas y tantas cosas.

De manera que sumando un poco de aquí y un poco de allá, en algún momento quizás se llegue a disfrutar en mayor medida de ese medio maravilloso que es la naturaleza.

Lo mismo podría decirse de las ciudades. Y no es que sean comparables unas y otras fechorías, pero sí que todas ellas son nocivas y contribuyen a la infelicidad de los ciudadanos, porque lo que uno se pasa por donde le parece, supone para otros muchos estar molestos por ello, ya que lo que a unos les da placer a otros hace que le rechinen los dientes.

En Zamora, al no tener apenas industrias, la contaminación atmosférica es muy pequeña, no por nuestros méritos precisamente, sino porque, aunque quisiéramos no podríamos subir el monóxido de carbono y los metales en suspensión en el aire que respiramos. Pero sí que podemos ensuciar, y destruir el natural encanto de la ciudad embadurnando las paredes de los edificios y monumentos con pintadas asquerosas que solo resultan rentables a los vendedores de pintura en espray.

El fenómeno de las "pintadas", equivocadamente denominadas por algunos como "grafitis" - ya que el grafiti es un arte como lo puedan ser otros, y las pintadas solo una mezcla de mala educación e incivismo - tuvo su punto de arranque en Zamora, con el comienzo de este siglo, cuando a propósito de Las Edades del Hombre y los Festivales de la Europeade, se ponía a Zamora en línea de salida del mercado turístico. A medida que iban transcurriendo los ocho años de mandato del alcalde Antonio Vázquez (PP), el número de pintadas iba aumentando, y de nada sirvieron las quejas y denuncias presentadas para que llegara a tomar alguna medida al respecto. Los ocho años siguientes, la alcaldesa Rosa Valdeón (PP) tampoco hizo nada por cambiar la tendencia. Mientas esto sucedía, un partido minoritario, capitaneado por Francisco Guarido (IU), era el único que informaba de los aconteceres del ayuntamiento: de lo que hacía mal y de lo que no hacía bien, lógicamente bajo su particular punto de vista. Y quiso el acontecer de la vida que llegara a ser alcalde durante los cuatro años siguientes, y que continuase otros cuatro más, en los que nos encontramos.

Y esos nuevos aires se acogieron con ilusión, con independencia de colores e ideologías, y la gente esperaba un cambio de rumbo en el modelo de gestión municipal, y también en la limpieza y adecentamiento de la ciudad, en la lucha contra los incívicos que gozan destruyendo lo que encuentran a mano. Pero las acciones que emprendió para combatir a los incívicos apenas duraron una semana, ya que a partir de ese momento tiró la brocha, dándose por vencido.

El portavoz del PSOE en el ayuntamiento ha salido a la palestra, en estos días, diciendo que hay que poner en marcha determinadas acciones, y no les faltan razones a sus argumentos, como tampoco le habrían faltado durante los cuatro años anteriores en los que su líder, Antidio Fagúndez, ocupó el cargo de primer teniente de alcalde, y prefirió dejar pasar su mandato sin decir ni hacer nada a este respecto. Y es que todo se reduce a atacar al contrario, a poner a parir al que está gobernando. Cuando cambia el orden y el sentido de los que mandan, se acuerdan de lo mal que estaban la cosas antes, cuando ellos lo hacían, aunque en este caso fueran coaligados, y deciden que las arregle la competencia.

Lo cierto es que han pasado veinte años y la imagen de la ciudad continúa degradándose, y las autoridades no deberían darse por vencidas dejando que los que delinquen hagan lo que les venga en gana, porque tienen la obligación legal y moral de plantarles cara, y eso en Zamora, en lo que se refiere a las pintadas, a diferencia de otras ciudades, que lucen como la patena, está todavía por hacerse.

En el aire flota el misterio de por qué los que tienen la responsabilidad de gobernar no preguntan a los ayuntamientos que han conseguido acabar con esa lacra, cuál es la mejor manera de hacerlo. Quizá existan poderosas razones que los simples mortales no comprendemos.