El pasado domingo, y en el "periódico amigo", el expresidente de Gobierno Felipe González hace unas extensas declaraciones bajo el ambicioso rótulo de "Así veo yo el mundo" que pretenden ser un resumen de su pensamiento político y quizás el anuncio de un próximo libro. El formato escogido no fue una entrevista en la que fluyan preguntas y respuestas al calor de una conversación, ni tampoco un artículo más largo de lo habitual, sino una sucesión de enunciados sobre la cosmovisión del político que mas años estuvo al frente de la gobernación en un periodo democrático. Y el más brillante y el que más éxito obtuvo si hubiéramos de fiarnos de la opinión de algunos de los que fueron declarados enemigos suyos. Como el veterano periodista monárquico Luis María Anson que, después de reconocer su participación en una conspiración para alejarlo del poder (el "sindicato del crimen" se le llamó desde el PSOE), no dejó de reconocer que fue la figura más eminente de la política española del siglo XX y de lo que va del XXI.

Puede que aún sea prematuro hacer un juicio histórico sobre Felipe González, que llegó al poder en 1982, tras un espectacular triunfo electoral y lo dejó en 1996 salpicado por los escandalosos crímenes de los pistoleros del GAL en la llamada "guerra sucia" contra ETA. Durante ese periodo gobernó muchas veces en contra de los sentimientos de quienes le proporcionaron tres mayorías absolutas y saltándose a la torera no pocas de sus promesas electorales. Las condiciones impuestas desde la Unión Europea al sector minero, naval, agrícola y ganadero para permitir nuestra incorporación fueron durísimas y provocaron no pocos enfrentamientos con su base social y hasta con la UGT, el fraternal sindicato socialista. Y lo mismo cabe decir del referéndum sobre la permanencia en la OTAN después de aquel ambiguo y engañoso " De entrada, no". Unas contradicciones que reconoció el propio Felipe González cuando dijo aquello de que "había tenido que hacer cosas que había dejado sin hacer la derecha".

El sentido providencialista que se sí mismo tiene el que fue máximo dirigente socialista es evidente y hay un punto de vanidad en su forma de expresarlo. Un providencialismo que le empuja a alertarnos de los peligros que corremos por si no estuviésemos suficientemente prevenidos. Por ejemplo, cuando en la primera de sus advertencias nos avisa del proceso de autodestrucción del capitalismo. "El gran desafio -nos dice- es saber si el modelo económico que se ha instalado en todo el globo es sostenible. Y yo creo que no".

Eso por lo que respecta a lo universal. En cuanto a lo doméstico propone un lectura federalizante de la Constitución para no caer en reinos de taifas y le recomienda a Pedro Sánchez y posibles socios que hagan lo que sea pero que no nos lleven a elecciones. Y esa es la conclusión de "un viejo político que no quiere resignarse a ser un político viejo", como el mismo reconoce.