Lo he escrito con signos de interrogación, porque como en nuestro país todo el mundo es presunto, aunque cientos de personas hayan visto "como alguien mata a alguien" - que decía el humorista Gila - hay que cuidarse mucho de no molestar a la gente impresentable, aunque no respete a la comunidad en la que vive, aunque delinca, aunque se aproveche de la buena gente, engañándola, dañándola y ofendiéndola, no vaya a ser que, haciendo uso de no sé qué derechos, lleguen a buscarle a uno un problema. Por eso, como me estoy refiriendo a ese malencarado señor que se ha presentado como gerente de la empresa "Magrudis", cuyo mal hacer ha conseguido envenenar a varios cientos de personas y ocasionado la muerte a algunas de ellas, y estoy usando términos del tipo de mal empresario, torpe y sin escrúpulos, he colocado, antes y después del título, sendas interrogaciones.

Y es que el susodicho gerente que no dio la cara hasta dos semanas después que las víctimas intoxicadas estuvieran haciendo cola en los hospitales, ha soltado a los periodistas unas cuantas perlas dignas o, mejor dicho, indignas de ser citadas, pero no de ser olvidadas. Una de ellas venia a decir que "si en los quirófanos se presentan casos de bacterias ¿cómo no van a aparecer en mi fábrica?"; como si fuera lo mismo un quirófano, por el que pasan cientos o miles de pacientes con distintas enfermedades y dolencias, que un centro de producción donde se supone que el personal está más sano que una manzana. A la pregunta de en qué parte de la fábrica se encontraban las bacterias de la listeriosis, y como segunda perla, la respuesta fue "cómo voy a saberlo yo, si no han sido capaces de encontrarla mis técnicos", dejando a los citados técnicos a la altura del betún; y eso que no parece tan grande la fábrica, ni tan dispersos y variopintos los útiles y medios empleados en el proceso de fabricación, para poder ser examinados rápidamente. Otra tercera perla ha sido decir "que la cosa no era para tanto", o sea que el hecho que se hayan producido muertos, y madres embarazadas perdiendo a sus bebés, además de intoxicados, carece de la menor importancia para este eminente gestor. Una cuarta perla fue la de ocultar a las autoridades que disponía de otros productos, fabricados en paralelo, puestos en el mercado, para poder seguir jugando a la ruleta rusa. Una quinta perla es la de haber realizado obras en la fábrica sin haber informado y haber obtenido los permisos correspondientes, siendo su justificación a este tema, que "eran unas obras pequeñas sin importancia". Otra sexta perla ha sido la de haber inscrito la empresa en la Comunidad Andaluza, sin haber obtenido el preceptivo certificado, con el visto bueno del Ayuntamiento de Sevilla. Con tantas perlas, uno tiene que reprimir la necesidad de llorar, de gritar, de darse con la cabeza en la pared.

Pero líbreme Dios de insinuar y, menos aún, de aplicar ningún descalificativo a ese destacado gerente, simplemente me atrevo a preguntar, entre interrogantes, si se trata de un mal empresario, torpe y sin escrúpulos.

Caminando por la senda de la información, y bajo el áspero tacto de la decepción, uno echa de menos que la patronal de este sector no haya sacado a la luz algún comunicado explicando los porqués, tranquilizando al personal, haciendo ver que empresarios como éste no suele haberlos - aunque "haberlos ahylos" - o que son pocos, y que el sector está preparado y pone los medios necesarios para que estas cosas no se produzcan, si es que esto es así.

Tampoco ayuda nada que los corresponsables de este desaguisado, Ayuntamiento de Sevilla y Comunidad Autónoma de Andalucía, que son quienes tenían que hacer que no llegaran a producirse tales hechos, ya que están obligados a velar por la salud de los ciudadanos, no solo no han actuado con la suficiente rapidez, sino que ahora, a toro pasado, emplean su tiempo en buscar papeles para poder echarse la culpa los unos a los otros, porque lo de dimitir en este país está mal visto, aunque la mala gestión de temas sensibles y delicados así lo exija. Y es que, posiblemente, aún queden algunos que piensan que la justicia es un mero disfraz para esconder los delitos.

Y, por si fuera poco, el consejero de Sanidad, dando muestras de una gran sensibilidad le espetó a una pareja, de las que acababan de perder un bebé por causa de esta intoxicación, que no se preocuparan, "que cuando tuvieran otro hijo se harían una foto juntos para celebrarlo": como si la muerte de un hijo fuera reparable con el nacimiento de otro. Pero los afligidos padres no reaccionaron proporcionalmente a tal barbaridad, lo que viene a demostrar que la bondad puede convivir con la maldad, y la decencia con los comportamientos despiadados. A tan sensible consejero se le saltaron el otro día las lágrimas cuando acudió al servicio de urgencias de un determinado hospital, no tanto por conocer el número de fallecidos, o de mujeres que habían perdido a sus hijos, o de intoxicados hospitalizados, sino, sobre todo, porque los médicos de las plantas habían bajado a ayudar al servicio de urgencias.

Cuando uno llega a enterarse de estas cosas ve que la noche se hace dueña de las zonas más oscuras de la vida, y observa que, desafortunadamente, no llega nunca a aparecer la aurora, aunque siempre quede el bálsamo de poder observar como las estrellas se hacen más visibles en la negritud de la noche.