Se llamaba Pilar, pero todos la llamábamos Piluchi.

Eras tan discreta que apenas te hacías notar, la mayor parte del tiempo lo pasabas estudiando. Yo llegué a la residencia de Santa Rosa, en Salamanca, con 17 años. Enseguida me llamaste la atención y me senté contigo en el comedor. Intuía que llegaríamos a ser buenas amigas, como así fue.

No nos parecíamos en nada. Tú eras introvertida, callada, sencilla, educadísima. Yo era abierta, habladora y juerguista, me apuntaba a cualquier festejo y no pasaba desapercibida. Pero nos entendíamos muy bien. Recuerdo cuando iba a tu habitación y elegía ropa de tu armario para ponerme. Era mágico aquel armario, siempre tuviste muy buen gusto. Luego llegaron las Sánchez Vegazo. Con ellas y con algunos chicos formamos una buena pandilla.

Empezaste a salir como no lo habías hecho hasta entonces, me contaste que tu vida había cambiado. Tan amigas nos hicimos, que entre los planes de verano estaba ir a las fiestas de Toro, a San Agustín. Tu familia era digna de ti, cariñosa, discreta, amable, buena. Pasó muy pronto a ser la mía. Recuerdo a tu madre, que era un amor; a tía Antonia, más seria pero igualmente encantadora; a Sarita, que nos miraba y admiraba; a Adela, muy guapa y además un cielo. ¿Te acuerdas de cómo se arremolinaban todas en el cuarto de baño mientras me hacía la raya de los ojos con el eyeliner? Como tú no te maquillabas, estaban emocionadas haciendo de clac. Yo me sentía como en casa, y fueron varias las ferias que pasé con vosotras.

Teníamos a todos los milicianos de Monte La Reina para nosotras. No se nos despegaban en cuanto nos veían, pues no había chicas para todos. Fueron días maravillosos. Éramos jóvenes y teníamos toda la vida por delante. Recuerdo el día en que Narciso, tu querido padre a quien yo quería mucho, siempre sonriente y divertido, nos dijo que ya se habían ido los milicianos y que en el casino no habría plan. Y mira por cuánto, ese día conocí a mi marido y al que sería el padre de mis hijas. Te das cuenta, Pilu, de que si no hubiera sido por ti, hoy mis hijas y mis nietos no existirían? Toro tiene un lugar favorito en mi vida, y te lo debo a ti, querida amiga.

En casa se habla de ti como si formaras parte de la familia y todos te queremos. Has sido un buen referente y una amiga de las que dejan huella. Por eso, con estas líneas quería dedicarte mi más cariñoso recuerdo. Querida Piluchi, ¡descansa en paz!